Internet no era suficiente. Llevaban varios años publicando filtraciones e informaciones exclusivas de muchísimo interés y aunque habían conseguido ya cierta importancia no alcanzaban la notoriedad que deberían tener en función de lo que estaban publicando. Wikileaks ha tenido que "pasar al papel" para convertirse en un fenómeno mundial de la comunicación, el "antes y el después" en la historia del periodismo no ha llegado hasta que la página web decidió "compartir" con cinco de los más importantes diarios impresos en papel del mundo —The Guardian (Reino Unido), The New York Times (Estados Unidos), Le Monde (Francia), el semanario Der Spiegel (Alemania), y el diario El País (España)— el material que poseía sobre los cables de las embajadas norteamericanas.
Incluso Julian Assange, su co-fundador y ahora portavoz, se ha convertido en el personaje mundial que ahora es después de que las rotativas entintasen millones de papeles con su rostro, además de que esas facciones suyas de manga-anarco-activista-hacker de diseño apareciesen en televisión, claro. No era suficiente la red para conseguirlo.
Puede resultar más o menos polémico lo que hace este Assange, especialmente para quienes se empeñan más en buscarle dudas y sombras al personaje que en hablar sobre el contenido de lo que publica, pero en lo que no creo que haya tantas dudas es en su asombrosa capacidad para la comunicación, en cómo dosifica los datos que hace públicos, en el manejo de los tiempos. Paradójicamente, dice despreciar a los periódicos y a los periodistas, pero cuando ha querido dar el salto mortal (mortal ya veremos hasta qué punto, porque sus abogados esgrimen como causa para que no sea extraditado su temor real a que sea ejecutado en EEUU), cuando se ha propuesto convertirse en uno de los hombres más famosos del mundo y hacer lo propio con Wikileaks, entonces ha acudido a ellos buscando esa fuerza del papel que sólo la prensa impresa tiene, por el momento, y que tampoco sabemos si podrá recoger algún otro soporte en el irreparable caso de que la perdiera del todo el papel al dejarse de imprimir periódicos. Una fuerza que no emana del todo del número de lectores (hay otros diarios que tienen muchos más lectores que este grupo de cinco periódicos, por no hablar de las tiradas de los tabloides sensacionalistas ingleses y alemanes), sino más bien en una combinación adecuada entre número de lectores, la "calidad" de los mismos y la calidad de la información. Un "cuarto poder" con origen en el poder y en la influencia de quienes leen los periódicos, en qué despachos de todo el mundo, de gobiernos y empresas, entran para quedarse cada mañana sus páginas de papel.
Pero los periódicos, o quienes deciden en ellos —en casi todos los casos, accionistas que invirtieron para ganar dinero sin entender que un periódico es "algo" más que dinero, precisamente es también, o sobre todo, esa fuerza del papel de la que hablamos, y que si se descuida ese "algo más" lo más probable es que a corto plazo se siga ganando dinero pero a medio y largo plazo, no— entraron hace tiempo en un círculo vicioso de recortes para intentar equilibrar el próximo balance y ahora llegan inexorables los balances en los que se recogen las consecuencias de esos recortes... que se pretenden evitar con más recortes. Es una especie de suicidio, como un cigarrillo que te calma la ansiedad del momento a costa de matarte poco a poco. Un proyecto sin futuro, no ya para quienes pierden cada día su trabajo, sino para el propio periódico en sí. Un debilitar la fuerza como estrategia para ser más fuertes.
Lo sensato sería, pues, no desperdiciar esa "fuerza" del papel, no dejar que se nos escape entre los dedos mirando con cara de bobos, paralizados, o derrocharla en iniciativas distintas a lo que es un periódico en las que esa "fuerza" deja de existir. "El razonamiento está claro", escribió hace poco Gonzalo Peltzer en Paper Papers, blog de referencia periodística en lengua castellana, en un artículo titulado El futuro del papel es de papel: "estamos mejor que nunca y nuestros principales ingresos vienen del papel. ¿Qué hacer? ¡Innovemos... en el papel! y pongamos el diario en el futuro. Es como el esfuerzo de dar tres grandes pasos en una carrera y empezar a mirar a los demás por arriba del hombro. El futuro del papel es de papel (sea negro o esperanzador). Y el de internet es de internet."
Así lo entendieron algunos editores como los de The Economist, que se mantuvieron firmes y fuertes como bobinas de papel con sus reportajes "duros", largos, trabajados, apostando por textos de calidad que algún que otro gurú mantiene que "no lee nadie", en un momento en el que además otros dejaban de hacerlo, conservando así sus lectores y recogiendo los que abandonaban esos otros. Porque hay gente a quienes les gusta leer, sí. Increíble, ¿verdad? Vamos a repetirlo: hay gente a quienes les gusta leer. Y son, precisamente, quienes comprarían un producto hecho para ser leído, como los periódicos. Por no hablar del semanario alemán Die Zeit (El Tiempo), que fueron más allá "desoyendo todo lo que nos aconsejaron los asesores de medios. Seguimos haciendo textos muy largos, no nos adaptamos a las modas y continuamos haciendo un periódico bastante difícil", como declaró su director, Giovanni di Lorenzo, en una entrevista en la que se atrevía a reconocer que "en los últimos años hemos hecho mucho para dañar la imagen del papel, al que, en el fondo, le debemos todo".
Es ir a contracorriente. Acepto que escribir este artículo es ir contra una corriente de pensamiento único que, tal vez, sea la corriente que nos lleve a buen puerto, o bien sea la corriente que nos empuje lentamente y sin retorno hacia una de esas cataratas con un fondo de rocas. No lo sé, es sólo que resulta algo aburrido dejarse llevar.
Incluso Julian Assange, su co-fundador y ahora portavoz, se ha convertido en el personaje mundial que ahora es después de que las rotativas entintasen millones de papeles con su rostro, además de que esas facciones suyas de manga-anarco-activista-hacker de diseño apareciesen en televisión, claro. No era suficiente la red para conseguirlo.
Puede resultar más o menos polémico lo que hace este Assange, especialmente para quienes se empeñan más en buscarle dudas y sombras al personaje que en hablar sobre el contenido de lo que publica, pero en lo que no creo que haya tantas dudas es en su asombrosa capacidad para la comunicación, en cómo dosifica los datos que hace públicos, en el manejo de los tiempos. Paradójicamente, dice despreciar a los periódicos y a los periodistas, pero cuando ha querido dar el salto mortal (mortal ya veremos hasta qué punto, porque sus abogados esgrimen como causa para que no sea extraditado su temor real a que sea ejecutado en EEUU), cuando se ha propuesto convertirse en uno de los hombres más famosos del mundo y hacer lo propio con Wikileaks, entonces ha acudido a ellos buscando esa fuerza del papel que sólo la prensa impresa tiene, por el momento, y que tampoco sabemos si podrá recoger algún otro soporte en el irreparable caso de que la perdiera del todo el papel al dejarse de imprimir periódicos. Una fuerza que no emana del todo del número de lectores (hay otros diarios que tienen muchos más lectores que este grupo de cinco periódicos, por no hablar de las tiradas de los tabloides sensacionalistas ingleses y alemanes), sino más bien en una combinación adecuada entre número de lectores, la "calidad" de los mismos y la calidad de la información. Un "cuarto poder" con origen en el poder y en la influencia de quienes leen los periódicos, en qué despachos de todo el mundo, de gobiernos y empresas, entran para quedarse cada mañana sus páginas de papel.
Pero los periódicos, o quienes deciden en ellos —en casi todos los casos, accionistas que invirtieron para ganar dinero sin entender que un periódico es "algo" más que dinero, precisamente es también, o sobre todo, esa fuerza del papel de la que hablamos, y que si se descuida ese "algo más" lo más probable es que a corto plazo se siga ganando dinero pero a medio y largo plazo, no— entraron hace tiempo en un círculo vicioso de recortes para intentar equilibrar el próximo balance y ahora llegan inexorables los balances en los que se recogen las consecuencias de esos recortes... que se pretenden evitar con más recortes. Es una especie de suicidio, como un cigarrillo que te calma la ansiedad del momento a costa de matarte poco a poco. Un proyecto sin futuro, no ya para quienes pierden cada día su trabajo, sino para el propio periódico en sí. Un debilitar la fuerza como estrategia para ser más fuertes.
Lo sensato sería, pues, no desperdiciar esa "fuerza" del papel, no dejar que se nos escape entre los dedos mirando con cara de bobos, paralizados, o derrocharla en iniciativas distintas a lo que es un periódico en las que esa "fuerza" deja de existir. "El razonamiento está claro", escribió hace poco Gonzalo Peltzer en Paper Papers, blog de referencia periodística en lengua castellana, en un artículo titulado El futuro del papel es de papel: "estamos mejor que nunca y nuestros principales ingresos vienen del papel. ¿Qué hacer? ¡Innovemos... en el papel! y pongamos el diario en el futuro. Es como el esfuerzo de dar tres grandes pasos en una carrera y empezar a mirar a los demás por arriba del hombro. El futuro del papel es de papel (sea negro o esperanzador). Y el de internet es de internet."
Así lo entendieron algunos editores como los de The Economist, que se mantuvieron firmes y fuertes como bobinas de papel con sus reportajes "duros", largos, trabajados, apostando por textos de calidad que algún que otro gurú mantiene que "no lee nadie", en un momento en el que además otros dejaban de hacerlo, conservando así sus lectores y recogiendo los que abandonaban esos otros. Porque hay gente a quienes les gusta leer, sí. Increíble, ¿verdad? Vamos a repetirlo: hay gente a quienes les gusta leer. Y son, precisamente, quienes comprarían un producto hecho para ser leído, como los periódicos. Por no hablar del semanario alemán Die Zeit (El Tiempo), que fueron más allá "desoyendo todo lo que nos aconsejaron los asesores de medios. Seguimos haciendo textos muy largos, no nos adaptamos a las modas y continuamos haciendo un periódico bastante difícil", como declaró su director, Giovanni di Lorenzo, en una entrevista en la que se atrevía a reconocer que "en los últimos años hemos hecho mucho para dañar la imagen del papel, al que, en el fondo, le debemos todo".
Es ir a contracorriente. Acepto que escribir este artículo es ir contra una corriente de pensamiento único que, tal vez, sea la corriente que nos lleve a buen puerto, o bien sea la corriente que nos empuje lentamente y sin retorno hacia una de esas cataratas con un fondo de rocas. No lo sé, es sólo que resulta algo aburrido dejarse llevar.
Nunca va a conseguir acabar con el papel, nunca jamás. Un abrazo.
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