En 1998 se estrenaba Shakespeare in Love, película dirigida por un desconocido, pero en absoluto estado de gracia, John Madden. Un joven Will Shakespeare se gana la vida escribiendo sus propias obras e interpretándolas en Londres. Se mueve en un mundo de actores granujas y empresarios tramposos y malos pagadores. Cuando se enamora perdidamente de Lady Viola de Lesseps, vivirá en primera persona para escribir la que será su mejor obra: Romeo y Julieta.
Shakespeare in love es una deliciosa película, un poco pastelona, quizás, pero con un inteligentísmo y envidiable sentido del humor. A ello contribuyen los magníficos actores, que conforman un reparto coral del que resultaría difícil destacar alguno. Pero si con alguno tuvieramos que quedarnos, ése sería, sin niguna duda el gran, grandísimo Geoffrey Rush, ese inmenso actor australiano al que muchos de nosotros descubrimos cuando nos devastó con su fabulosa interpretación en Shine (1996) en la que daba vida a un pianista que perdía la cordura en su titánico afán de abarcar a Rachmaninoff. Rush, que entre otros ha dado vida en la gran pantalla al Capitán Barbosa, ese singular pirata "tan malvado que fue expulsado del mismísimo infierno", interpreta a Philip Henslowe, propietario del teatro la Rosa, donde William Shakespeare estrenará Romeo y Julieta. El montaje, lleno de problemas y casi sin medios económicos parece abocado al desastre. Faltan actores, el último acto no está escrito y el narrador... ¡el narrador es un actor tartamudo que no ha pronunciado dos palabras seguidas en toda la película! Shakespeare, desesperado, ve como la debacle se cierne sobre ellos. Sin embargo, el excéntrico pero sabio Henslowe sabe cómo terminará todo...
La primera vez que vi esta pelicula pensé que esta situación era idéntica a lo que vivimos a diario en los periódicos: todo acaba saliendo bien. ¿Cómo? Nadie lo sabe. Es un misterio. Muchas, muchísmas veces hemos pensado en el periódico que al día siguiente no salíamos. Problemas de todo tipo, técnicos, humanos. La redacción se nos inundó una tarde, hace años. Una vez hubo un escape de gas... el periódico terminó saliendo puntual a su cita, al final del día. El sistema se cae siempre en el peor momento, sin conceder ningún margen de tiempo. Y al final, todo sale bien. Se trabaja más deprisa, se trabaja en adelanto... Se hace lo que haga falta para llegar a los quiscos a la hora convenida. Pero en una ocasión... en una ocasión era imposible que lo consiguieramos. En una ocasión, uno de los servidores del periódico salío ardiendo. Literalmente. Fue un sábado por la tarde. Imposible arreglarlo con tan poco tiempo. Faltaban tres horas para el cierre del periódico y las caras en la redacción eran un poema. Todos pensábamos "al final, se arreglará..." pero pasaba el tiempo... y aquello no parecía como otras veces. No había sistema. No habían publicaciones. No había catálogo. No habían estilos, ni cabeceras, ni folios... no había nada. Nada de nada. Imposible "fabricar" un periódico completo de cero en tan poco tiempo. En maquetación estábamos tres personas entre incrédulas y, porqué no decirlo, aterrorizadas. Todos, desde el jefe responsable del fin de semana, hasta el último de nosotros sabía que, esta vez, no salíamos.
Cuando faltaban dos horas para cerrar la primera edición, en un ordenador del taller apareció una página incompleta de periódico que alguien, bendito sea, tenía olvidada en su escritorio del ordenador. Faltaban dos horas, no teníamos estilos ni modelos de páginas, pero teníamos el material que contenía aquel documento de Quark: un folio, una foto, un pie de foto, un título, un bloque de texto y un sumario. Suficiente. Las tres personas que estábamos en maquetación bajamos las cabezas y comenzamos una carrera desenfrenada, componiendo páginas sin hablar entre nosotros, copiando elementos de esa página maestra a todas las demás, controlce-controluve, soltando páginas al ritmo de una fotocopiadora. No hablábamos, no hacía falta... Cada uno sabía por donde iba el otro, sólo con una mirada. Incluso recuerdo el ladrido que le solté al pobre y querido Orfeo Suárez porque, alucinado, no entendía porqué me negaba a ponerle un pie de foto titulado en una página: "¡¡No hay pies titulados!! ¡¡Hay un pie, un título y un sumario: elige!!"
El periódico salió a su hora, por supuesto. La redacción había trabajado en adelanto y corrió lo indecible para cerrarlo en un tiempo récord... Y mis dos compañeros y yo nos fuimos de la redacción a casa, en silencio, conscientes de que aquella noche habíamos estado a punto (de verdad) de no salir. Al día siguiente, por la mañana, al entrar en el periódico me encontré con el jefe que estaba al mando el día anterior, el de la crisis... Seguía pálido.
E inevitablemente, cada vez que pasamos por una catástrofe, o cada vez que veo como se dibuja el pánico en el rostro de algún becario con poca experiencia pero mucho sentido común que piensa que hoy tampoco salimos, recuerdo al gran Geoffrey Rush en Shakespeare in Love... Y recuerdo que no trabajamos en una empresa normal. Trabajamos en un periódico. Y en los periódicos a veces pasan cosas que no tienen explicación lógica y que nadie sabe explicar... Porque nadie lo sabe... ¡Es un misterio!
PD: Como colofón, una sencilla línea en la que se aprecia el reconocimiento y el mérito que suelen conceder los que ponen el dinero a los que se les ocurren las ideas...
Shakespeare in love, 1998
John Madden
Joseph Fiennes, Gwyneth Paltrow, Geoffrey Rush, Tom Wilkinson, Colin Firth y Judi Dench
Joder, menudo estrés, y yo que quería trabajar en un periódico... Bueno, por lo menos veré la película, sobre la cual tenía mis reservas. Gran artículo.
ResponderEliminarAnímate, de todas maneras, ya has visto que a pesar de todo y gracias a un misterio que nadie sabe ni puede explicar... al final todo sale.
ResponderEliminarUn saludo
Y si tu corazón lo resiste, te conviertes en casi inmortal.. :)
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