Se han podido ver dos miradas de Nueva York en Madrid durante este cálido verano. Una de ellas, interesantísima, es la de Berenice Abbott en la Fundación Mapfre del Paseo de Recoletos; la otra de la de William Klein, no menos interesante, y que en este caso aún puede verse en la Fundación Telefónica de la Gran Vía con esquina a Fuencarral. Son mucho más que visiones de sus dos Nueva York porque en ambos casos se trata de exposiciones —posiblemente las más importantes de la actual edición de PhotoEspaña 2019— que abarcan el conjunto de la obra de estos fotógrafos, artistas imprescindibles del siglo XX. Pero yo miro cómo miran Nueva York porque el conjunto de su obra es inabarcable.
Además de una mujer con una vida fascinante, Berenice Abbott es una de las fotógrafas (incluyan hombres, por supuesto, en el término) más importantes de la historia y una mirada fundamental de la fotografía norteamericana... a pesar de su formación europea. Es un eslabón creativo y necesario entre el gran fotógrafo Alfred Stieglitz, considerado padre de la fotografía norteamericana y una de las figuras fundamentales para que la fotografía alcanzase el estatus de arte, y la modernidad posterior del siglo XX. Modernidad que ella inaugura como bien titula la exposición: "Retratos de la modernidad". Y aunque la muestra empieza con sus fabulosos retratos (Joyce en París, Cocteau, etc.), cuando paso a la sala siguiente y veo las fotografías de Nueva York, con copias originales de los años 30 del siglo pasado, me quedo sobrecogido.
Es poesía documental. "No concibo la fotografía si no es documental", explica ella en un audiovisual que se muestra en la planta baja, producido por Kay Weaver y Martha Wheelock en 1992 (cuando Abbott tenía más de 90 años llenos de sabiduría y lucidez), con el título de Berenice Abbott: A View of the 20th Century. "Si no es documental, no es fotografía; es otra cosa." La poesía visual, su poesía visual documental no puede explicarse:
Son fascinantes los contrastes de una ciudad que en alguna de las imágenes parece un poblado del salvaje y lejano Oeste, mientras que en otras aparece entre los haluros de plata y el maravilloso papel de fibra como una megaurbe futurista de rascacielos y gentes apresuradas, e incluso en otras más como una mezcla de ambas cosas, un contraste de pura vida.
El contraste entre ambas exposiciones es lo que resulta enriquecedor y el contraste es, precisamente, uno de los elementos más poderosos con los que Klein construye sus imágenes. Ya hubo hace años (unos cuantos) una soberbia exposición en Madrid centrada sólo en su mítico libro Nueva York —¡qué se puede decir ya de ese libro!, ¿el mejor libro de fotografía de todos los tiempos?—, con unas copias a tamaño brutal de sus poderosas imágenes. Ahora, la muestra denominada Manifiesto Klein incluye también alguna de esas imágenes pero lo hace junto a toda su trayectoria, que incluye además trabajo de pintura como sus interesantes Pinturas letristas en las que la tipografía se convierte en objeto estético más que en alfabeto.
Cuidado... ¡No tocar! (aunque esté concebido para lo contrario).
William Klein: New York, 1954-55, Fundación La Caixa (19 de septiembre-26 de octubre de 1997): "New York se situó en las antípodas del modelo de publicaciones de fotografía habitual en los años cincuenta. Klein concibió la maqueta como si se tratase de un tabloide, más bien desordenado, cargado en sus tintas, con un diseño brutal y grandes titulares. Incluyó en ella páginas dobles con veinte imágenes apiñadas a la manera de una tira cómica, páginas contiguas que chocaban entre sí, parodias de catálogos y estallidos dadaístas. Al presentar al hombre en su universo tipográfico, entre carteles y anuncios luminosos se anticipó al pop art" [del catálogo de la exposición de 1997 sobre el libro New York de William Klein, cuya publicación fue rechazada por los editores norteamericanos y tuvo que publicarse en París en 1956].
Para Berenice Abbott, la obra de los hombres, la Nueva York que documenta con su mirada poética, contiene y expresa lo que las personas son, somos; mientras que la fuerza artística de William Klein retrata directamente y en poderoso contraste a los seres humanos que son su Nueva York.
PD: Una de las obras de William Klein expuestas en la Fundación Telefónica son una serie de paneles (que reproducimos en este artículo) móviles con los que se pueden formar múltiples imágenes. Es la idea de su creador. Pero si intentan hacerlo, aparecerá el segurata de turno para regañarnos por tocarlo. Aunque le hicimos ver lo que era aquello, al final ya saben como suele terminar esto: "yo recibo órdenes". Escribimos una queja, de la que no hemos tenido respuesta, pero a través de Twitter (donde también lo hicimos ver) nos informaron de que la obra había sido cedida "por el propio artista" con la condición de que no se pudiera tocar, algo tan absurdo como muy poco creíble. No todo iba a ser perfecto.