He tenido que viajar hasta Cataluña para acordarme de América. Siempre leo periódicos de los lugares a los que voy, y al llegar este mes de agosto a las tierras del Alto Ampurdán una de las primeras cosas que hice fue comprar La Vanguardia, no porque me atraiga en especial su línea editorial, que no me atrae, ni porque sea el periódico más representativo de Cataluña, que lo es, sino por su director de arte, el único, el inimitable, el inclasificable Carlos Pérez de Rozas. Y allí, con las desordenadas páginas de este periódico en las manos y en medio de un paisaje nítido, limpio por la fuerza de un viento al que llaman tramontana, le rememoré diez años atrás, pegando saltos, sí, así como suena, literalmente saltando por el pasillo central del Salón de Grados de la Universidad San Pablo CEU de Madrid. Y volví a sonreír, esta vez yo sólo.
Entonces los que reían, quienes no podíamos dejar de reír, asistíamos a las III Jornadas de Fotoperiodismo, Edición y Diseño en Prensa que organizan con tesón y acierto Pedro Pérez y Laura González en esta Universidad, impagables encuentros que ya recomendé aquí y que volveré a hacerlo cada vez que tenga ocasión (informaremos puntualmente de su próxima convocatoria). Participaban aquel día David García, director de arte del diario El País, y el citado Pérez de Rozas, defendiendo el primero la Escuela Suiza de Diseño, cuyos principios resumió en la primacía de los aspectos funcionales de los recursos gráficos, el contenido por encima de la forma, o las normas racionalistas y estructuralistas que él encontraba en toda la denominada prensa de calidad en la que, por supuesto, encuadraba a su exitoso periódico. Mencionó las consabidas normas que Reinhard Gäde “impuso” con su diseño de El País, como los módulos y columnas, el uso específico de la tipografía, de las cursivas para opinar, la imposibilidad de que se corten los textos...
Hasta que empezó el show Pérez de Rozas, porque además de vástago de una prestigiosa familia de fotoperiodistas catalanes, profesor de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona y diseñador de enorme prestigio, Carlos Pérez de Rozas es el hombre espectáculo. Frente a un estático y gris David García, Carlos gritaba, gesticulaba, corría por el estrado, parecía danzar y nos hacía reír, todo ello para decirnos que había otra forma de diseñar “más caliente”. Y es que en 1989 un periódico centenario como La Vanguardia decidió hacer un cambio radical, arriesgadísimo en un diario tan serio. Aprovechando la necesaria renovación de su rotativa encargaron un rediseño al reconocido estudio del norteamericano Milton Glaser. Y quisieron hacer algo distinto, que no fuera el repetido esquema germánico de todos los últimos periódicos. “¡Quisimos romper las reglas impuestas por Gäde!”, bramó Carlos Pérez de Rozas desde el fondo de la sala, a nuestras espaldas, y continuó mientras avanzaba hacia el estrado pasando diapositivas a tal velocidad que sólo él podría verlas, “queremos que las imágenes irrumpan para crear más dinamismo. Fotografías y destacados pueden ocupar espacios de privilegio, incluso abren las noticias inmediatamente después de los titulares. ¿Por qué no voy a poder poner una foto entre el título y el texto? Mientras que en El País se trabaja verticalmente en la nueva Vanguardia se dibuja en diagonal apostando en contra de la continuidad de los textos... ¡Mira cómo salto, David, mírame!”, exclamó finalmente pegando brincos, “si yo puedo saltar, ¿por qué no pueden saltar los textos? ¡Pero, mírame, David!”. Y seguía riéndome yo sólo al recordarlo con La Vanguardia de este verano entre las manos.
Entonces los que reían, quienes no podíamos dejar de reír, asistíamos a las III Jornadas de Fotoperiodismo, Edición y Diseño en Prensa que organizan con tesón y acierto Pedro Pérez y Laura González en esta Universidad, impagables encuentros que ya recomendé aquí y que volveré a hacerlo cada vez que tenga ocasión (informaremos puntualmente de su próxima convocatoria). Participaban aquel día David García, director de arte del diario El País, y el citado Pérez de Rozas, defendiendo el primero la Escuela Suiza de Diseño, cuyos principios resumió en la primacía de los aspectos funcionales de los recursos gráficos, el contenido por encima de la forma, o las normas racionalistas y estructuralistas que él encontraba en toda la denominada prensa de calidad en la que, por supuesto, encuadraba a su exitoso periódico. Mencionó las consabidas normas que Reinhard Gäde “impuso” con su diseño de El País, como los módulos y columnas, el uso específico de la tipografía, de las cursivas para opinar, la imposibilidad de que se corten los textos...
Hasta que empezó el show Pérez de Rozas, porque además de vástago de una prestigiosa familia de fotoperiodistas catalanes, profesor de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona y diseñador de enorme prestigio, Carlos Pérez de Rozas es el hombre espectáculo. Frente a un estático y gris David García, Carlos gritaba, gesticulaba, corría por el estrado, parecía danzar y nos hacía reír, todo ello para decirnos que había otra forma de diseñar “más caliente”. Y es que en 1989 un periódico centenario como La Vanguardia decidió hacer un cambio radical, arriesgadísimo en un diario tan serio. Aprovechando la necesaria renovación de su rotativa encargaron un rediseño al reconocido estudio del norteamericano Milton Glaser. Y quisieron hacer algo distinto, que no fuera el repetido esquema germánico de todos los últimos periódicos. “¡Quisimos romper las reglas impuestas por Gäde!”, bramó Carlos Pérez de Rozas desde el fondo de la sala, a nuestras espaldas, y continuó mientras avanzaba hacia el estrado pasando diapositivas a tal velocidad que sólo él podría verlas, “queremos que las imágenes irrumpan para crear más dinamismo. Fotografías y destacados pueden ocupar espacios de privilegio, incluso abren las noticias inmediatamente después de los titulares. ¿Por qué no voy a poder poner una foto entre el título y el texto? Mientras que en El País se trabaja verticalmente en la nueva Vanguardia se dibuja en diagonal apostando en contra de la continuidad de los textos... ¡Mira cómo salto, David, mírame!”, exclamó finalmente pegando brincos, “si yo puedo saltar, ¿por qué no pueden saltar los textos? ¡Pero, mírame, David!”. Y seguía riéndome yo sólo al recordarlo con La Vanguardia de este verano entre las manos.
¿Habéis notado que para los títulos de la portada, por ejemplo, se utilizan indistintamente y sin criterio aparente cursivas, negritas, redondas, o lo que sea? Pues así todo.
No me suelen interesar quienes no se implican, los que no se mojan. Por eso he de terminar diciendo que toda mi simpatía está con Carlos Pérez de Rozas, entrañable persona con la que he coincidido después en varias ocasiones, todas divertidas. Y él si se implica, desde luego. Toda mi simpatía y cariño pero no la razón. Las páginas de La Vanguardia me parecieron entonces, y me han parecido de nuevo estas vacaciones, como hechas tan sólo para llevar la contraria, deshechas mejor dicho, desdibujadas en vez de dibujadas. Y frente a criterios tan subjetivos como el diseño “caliente”, “divertido”, “atrevido” o “dinámico” sigo decantándome por las páginas ordenadas en las que la función es informar. Incluso tengo que admitir el estar de acuerdo con el antipático David García cuando ante la disyuntiva de las escuelas centroeuroeas frente a la americana, manifestó que “hoy en día el diseño es global, no existen escuelas” porque lo que se diseña con éxito en cualquier lugar nos llega a todos de inmediato. Un abrazo, Carlos, aunque sea cruzando los brazos en una extraña postura para no abrazarnos como lo hacen todos.
No me suelen interesar quienes no se implican, los que no se mojan. Por eso he de terminar diciendo que toda mi simpatía está con Carlos Pérez de Rozas, entrañable persona con la que he coincidido después en varias ocasiones, todas divertidas. Y él si se implica, desde luego. Toda mi simpatía y cariño pero no la razón. Las páginas de La Vanguardia me parecieron entonces, y me han parecido de nuevo estas vacaciones, como hechas tan sólo para llevar la contraria, deshechas mejor dicho, desdibujadas en vez de dibujadas. Y frente a criterios tan subjetivos como el diseño “caliente”, “divertido”, “atrevido” o “dinámico” sigo decantándome por las páginas ordenadas en las que la función es informar. Incluso tengo que admitir el estar de acuerdo con el antipático David García cuando ante la disyuntiva de las escuelas centroeuroeas frente a la americana, manifestó que “hoy en día el diseño es global, no existen escuelas” porque lo que se diseña con éxito en cualquier lugar nos llega a todos de inmediato. Un abrazo, Carlos, aunque sea cruzando los brazos en una extraña postura para no abrazarnos como lo hacen todos.