Hace tiempo, no mucho, cometimos un error en una página que no tenemos la mínima intención de desvelar. Un error grave, tal vez de los peores que se puedan cometer porque supuso, nada más y nada menos, que no pudiera leerse el artículo a pesar de que a simple vista todo pareciese correcto, atractivo incluso para los amantes de las siluetas. Y es que precisamente fue la parte que se supone y desea transparente de una silueta la que apareció impresa en color blanco, tapando así una parte muy importante del texto, tanto que lo hacía ilegible por completo. Tenemos que apresurarnos a añadir que la culpa no es exclusiva de los maquetadores en este triste sucedido porque en el proceso están involucrados, además de nosotros, los departamentos de produccción ("talleres", para los nostálgicos), los propios redactores y la sección correspondiente que son los responsables de su texto final, e incluso la mesa de redacción, último filtro que da el visto bueno definifivo a cada página. Pero no es eso, no queremos repartir culpas y buscarnos excusas por errores cometidos (cada uno tenemos una parte), de lo que queremos hablar. Es otra cosa...
Luis Blasco y yo nos quedamos horrorizados al verlo. Pálidos. Y callados. Todo aquel aciago día estuvimos callados, cruzándonos miradas de complicidad... y acojone. Porque en los días precedentes a aquel error de hace ya un tiempo (hasta hoy no hemos podido hablar de ello, coño) se sucedieron varias broncas por detalles de acabado en algunas páginas, con la queja añadida del propio director a quien se le había quejado a su vez algún colaborador descontento con la fotito que acompaña su firma. Si aquello era motivo de reprimenda, y no decimos que no tuviera que serlo porque los detalles y el acabado son un elemento fundamental en el diseño periodístico, gráfico o del tipo que sea, por esto último de lo que por primera y última vez hablamos hoy nos pondrían directamente de patitas en la calle... ¡con la que está cayendo y nosotros dándoles motivos!
Nos quedamos callados, pues, como las ratas cobardes que en el fondo somos. Bueno, en el fondo y en la superficie. Y pasó un día, y nada. Y otro día, y nada. ¿Has oído algo?, nada. Y otro día más y nada. ¿Te han dicho alguna cosa? Nada, nada, nada... hasta que en uno de los blogs sobre diseño periodístico apareció reseñada la puta paginita. ¡Precisamente esa! ¡La madre que nos diseñó! Ahí estaba, a la vista de todos... ¡para ser elogiada! Por su forma y ¡por su contenido! Su interesante artículo ¿? Tuvimos que reírnos, Luis y yo, después de otro cruce de miradas, esta vez incrédulas. Reírnos por no llorar ya que nadie, absolutamente nadie, pero nadie fuera ni dentro ni lector ni crítico ni jefe ni amigo o enemigo, nadie, nadie, nadie parece reparar en los textos de las páginas que hacemos, en el contenido de los artículos que es el fin último de nuestra puesta en página. Y eso sí que es, o nos parece, muy grave y desalentador de cara a este futuro incierto que más que esperarnos nos amenaza desde donde quiera que esté. Mucho más grave que incluso haber cometido un error grave, que para nosotros supone sobre todo redoblar nuestro esfuerzo diario por el control de calidad de las páginas que hacemos incluso para que nadie las lea. O sí. Y es que algo en nuestro interior nos hace creer que es imposible que nadie lea nuestras páginas.

Luis Blasco y yo nos quedamos horrorizados al verlo. Pálidos. Y callados. Todo aquel aciago día estuvimos callados, cruzándonos miradas de complicidad... y acojone. Porque en los días precedentes a aquel error de hace ya un tiempo (hasta hoy no hemos podido hablar de ello, coño) se sucedieron varias broncas por detalles de acabado en algunas páginas, con la queja añadida del propio director a quien se le había quejado a su vez algún colaborador descontento con la fotito que acompaña su firma. Si aquello era motivo de reprimenda, y no decimos que no tuviera que serlo porque los detalles y el acabado son un elemento fundamental en el diseño periodístico, gráfico o del tipo que sea, por esto último de lo que por primera y última vez hablamos hoy nos pondrían directamente de patitas en la calle... ¡con la que está cayendo y nosotros dándoles motivos!
Nos quedamos callados, pues, como las ratas cobardes que en el fondo somos. Bueno, en el fondo y en la superficie. Y pasó un día, y nada. Y otro día, y nada. ¿Has oído algo?, nada. Y otro día más y nada. ¿Te han dicho alguna cosa? Nada, nada, nada... hasta que en uno de los blogs sobre diseño periodístico apareció reseñada la puta paginita. ¡Precisamente esa! ¡La madre que nos diseñó! Ahí estaba, a la vista de todos... ¡para ser elogiada! Por su forma y ¡por su contenido! Su interesante artículo ¿? Tuvimos que reírnos, Luis y yo, después de otro cruce de miradas, esta vez incrédulas. Reírnos por no llorar ya que nadie, absolutamente nadie, pero nadie fuera ni dentro ni lector ni crítico ni jefe ni amigo o enemigo, nadie, nadie, nadie parece reparar en los textos de las páginas que hacemos, en el contenido de los artículos que es el fin último de nuestra puesta en página. Y eso sí que es, o nos parece, muy grave y desalentador de cara a este futuro incierto que más que esperarnos nos amenaza desde donde quiera que esté. Mucho más grave que incluso haber cometido un error grave, que para nosotros supone sobre todo redoblar nuestro esfuerzo diario por el control de calidad de las páginas que hacemos incluso para que nadie las lea. O sí. Y es que algo en nuestro interior nos hace creer que es imposible que nadie lea nuestras páginas.

"Periódico" (1994), de Jochem Hendricks. Líneas que siguen los ojos de quien lee una página de un periódico digitalizadas y después dibujadas en papel prensa del mismo tamaño (vía NewZion). ¿No hay ojos ya que sigan estas líneas?













