El equipo de expertos de encajabaja encargados de la redacción del Diseñario vuelve escoltado por una enorme máquina quitanieves que Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre han puesto a su disposición tras una de sus peleas (acaloradísima discusión porque ambos querían cedernos la máquina y al final el acuerdo es que nos la dejan entre los dos), después del paréntesis navideño en servicios mínimos. La impresionante nevada que ha caído en Madrid no les ha impedido pues estar aquí de nuevo en este 2010, que estamos seguros que será mejor para todos que el año anterior (año de nieves, año de bienes, ¿no?), con esta entrega de su obra irreverente, colectiva y abierta a vuestra participación sobre el diseño periodístico y la prensa en general.
Cuadratín. Cuando le dijeron, muy serios, que bajara a buscar una caja de cuadratines y otra de cíceros, no sabía que tanto unos como otros son unidades de medida. En el caso que nos ocupa, el de los cuadratines, se trata de espacios fijos (es decir, que no sufren modificaciones en virtud de la justificación de las líneas como sucede con los espacios entre palabras) con un valor en puntos igual al del cuerpo en el que estemos componiendo el texto. Es decir, doce puntos en el cuerpo doce será el tamaño de un cuadratín, diez en el cuerpo diez y así sucesivamente; fácil, ¿no? Pues aun siendo así de fácil existe la creencia equivocada y más extendida de lo que debiera, de que un cuadratín siempre vale 12 puntos, independientemente del cuerpo en el que se esté trabajando. Y no, lo que tiene siempre 12 puntos es un cícero.
Esta medida, el cuadratín, se utiliza fundamentalmente para las sangrías en las primeras líneas de cada párrafo, que son medidas que nunca varían con la justificación. En líneas de hasta 11 cíceros de ancho se utilizará como norma estándar un cuadratín de sangría; un cuadratín y medio ("media línea" se llama al medio cuadratín, y "espacio fino" a la cuarta parte del cuadratín) en líneas de entre 11 y 21 cíceros; y dos cuadratines para líneas con un ancho superior a 21 cíceros. Es una norma que no tiene un consenso exacto entre distintos autores, que varían estos valores unos cíceros arriba o abajo, pero la idea sustancial es que a mayor ancho de línea, mayor debe ser la sangría, expresada en cuadratines.
Pero esto, todo esto, fue.
Ahora, y en el futuro que ya ha llegado, casi nadie sabe qué es un cuadratín, tal vez porque los programas de autoedición (especialmente nuestro querido Quark) no tienen cuadratines, digamos de una manera más evidente a como los tienen (existe un "espacio m" equivalente a un cuadratín y un "espacio n", que es la mitad, tal y como se denomina en inglés al cuadratín y a la media línea, aunque no correspondan exactamente al valor de estas letras que además es distinto según el tipo empleado). Por eso, porque los ordenadores los esconden, no sabremos exactamente dónde ir a buscar aquello que posiblemente nadie nos vuelva a pedir que busquemos. De todas formas, nosotros, y vosotros, sí sabemos lo que son.
Esta medida, el cuadratín, se utiliza fundamentalmente para las sangrías en las primeras líneas de cada párrafo, que son medidas que nunca varían con la justificación. En líneas de hasta 11 cíceros de ancho se utilizará como norma estándar un cuadratín de sangría; un cuadratín y medio ("media línea" se llama al medio cuadratín, y "espacio fino" a la cuarta parte del cuadratín) en líneas de entre 11 y 21 cíceros; y dos cuadratines para líneas con un ancho superior a 21 cíceros. Es una norma que no tiene un consenso exacto entre distintos autores, que varían estos valores unos cíceros arriba o abajo, pero la idea sustancial es que a mayor ancho de línea, mayor debe ser la sangría, expresada en cuadratines.
Pero esto, todo esto, fue.
Ahora, y en el futuro que ya ha llegado, casi nadie sabe qué es un cuadratín, tal vez porque los programas de autoedición (especialmente nuestro querido Quark) no tienen cuadratines, digamos de una manera más evidente a como los tienen (existe un "espacio m" equivalente a un cuadratín y un "espacio n", que es la mitad, tal y como se denomina en inglés al cuadratín y a la media línea, aunque no correspondan exactamente al valor de estas letras que además es distinto según el tipo empleado). Por eso, porque los ordenadores los esconden, no sabremos exactamente dónde ir a buscar aquello que posiblemente nadie nos vuelva a pedir que busquemos. De todas formas, nosotros, y vosotros, sí sabemos lo que son.
D
Data. En el mundo del periodismo, hace referencia al lugar (pueblo, ciudad, provincia, país, estado, continente) en el que se firma una noticia, con el fin de situar al periodista en las incomidades del lugar de los hechos o al calor de la redacción. Si es en el lugar de los hechos, suele ir acompañado de una mención a la categoría del redactor: enviado especial o corresponsal. A pesar de algún redactor que se obstina en preguntar ¿esto hay que datarlo?, todas las informaciones deben incluir una data. Sí, también los breves, que no por se pequeños merecen tal desprecio.
Para los hijos de los años 80, Data también es el nombre del niño chino de los Goonies, pero eso, creemos, tiene poco que ver con el diseño de periódicos.
Deformar. Modificar, alterar o distorsionar la proporción natural de algo, sea imagen o texto lo que nos toca. Es decir, hacer más altas que anchas o más anchas que altas las cosas. Esto, que parece una tontada más, no lo es tanto. Porque en el deformar se puede encontrar tanto a un magnífico profesional como al chapuza mayor del reino. Esto se debe a que dependiendo de lo que deformes y en dónde, más se sabrá si entiendes esta profesión o no. Por ejemplo, en prensa, las fotos nunca, nunca deben deformarse. Respetar el formato original de la imagen es una especie de pacto sagrado entre los buenos maquetas de periódico. Si deformas una imagen eres un cutre incapaz de dar con una solución que no masacre las imágenes originales. Pero claro, eso pasa en los periódicos. En cuanto traspasamos la dudosa frontera que separa la información del mundo del espectáculo (a veces sólo un angosto pasillo) todo esto se vuelve relativo. Porque en un periódico manejas información y como tal debe ser entendida también la imagen. Y si nos ponemos talibanes, si el color o la composición son información, la proporción también habrá de serla. Pero en el mundo del colorín, del fuego artificial y la modernez, donde todo vale o no dependiendo del día, del tiempo que haga en la calle o de con qué pie te hayas levantado esa mañana, deformar las imágenes tiene su puntito, su glamour incluso. Porque cuando lo que importa de una página es que quede bonita, chula, espectacular, diferente, acojonante... no vamos a discutir entre nosotros por un poquito de distorsión en las imágenes ¿no? En un periódico se cambian páginas enteras porque una imágen no da el corte. En una revista, suplemento o dominical, las fotos entran en ese hueco como que yo me llamo artista...
Sin embargo, cuando hablamos de tipografía, deformarla puede llegar a ser un arma muy útil. No nos referimos, por supuesto a ese deformar por deformar, a lo tonto, sin talento... Eso es una ordinariez como otra cualquiera. Nos referímos a ese sutil dos por ciento de deformación en la escala horizontal (o sea a lo ancho, estrechándola) que lo mismo estiliza un tipo tosco, que lo mismo te hace ganar un quince por ciento más de texto por página. ¡Ay, benditos! ¡Que pensábais que sólo se deforman las cosas con fines estéticos! Deformando un poquito un tipo de letras te aseguras una buena cantidad de texto extra que hará las delicias de tantos compañeros de redacción empeñados en contarte en doscientas líneas lo que podrían contarte en quince. Eso sin contar las ventajas que la deformación horizontal de los textos proporciona a nuestros queridos compañeros portadistas, capaces de hacer entrar en dos columnas toda una sentencia del Tribunal Supremo, con letra de palo y estrechíta, estrechíta... Eso sí, si para conseguir el mismo efecto estilizado, lo que modificas es la escala vertical, subiéndola, entonces pasas a convertirte en el chapuza de los chapuzas, porque la letra queda igual, sí, pero ya no sirve para nada más que para que quede bonita, porque cuanto más la deformes, más la achatas o la estiras (en vertical) y allí no se gana nada de texto. Que las cosas se hacen por un motivo siempre, y que queden bonitas, creednos, no es el motivo que mueve el engranaje de un periódico...
En lo que todos, absolutamente todos los profesionales coincidirán es en negar los hechos. Pese a lo anteriormente narrado, nunca encontraréis alguien que reconozca deformar los elementos, ni aun cuando lo haga bien. "¡Eso no lo hacemos los profesionales, hombre..!", te dirán. No se entienden los escrúpulos en reconocer la fechoría, cuando en los periódicos se lleva años haciéndolo a diario con la información y nadie se ha quejado todavía...
Entregas anteriores del Diseñario 2.0:
Diseñario 2.0 (I): adelanto-alcance.
Diseñario 2.0 (II): apaisado-arte final.
Diseñario 2.0 (III): aspirina-autoedición.
Diseñario 2.0 (IV): background-billete.
Diseñario 2.0 (V): bobina-breves.
Diseñario 2.0 (VI): cabecear-camisa.
Diseñario 2.0 (VII): carácter-carpintero.
Diseñario 2.0 (VIII): catálogo-chillón.
Diseñario 2.0 (IX): chiste-cierre.
Diseñario 2.0 (X): clavo-colchón.
Diseñario 2.0 (XI): columpiarse-comerse.
Diseñario 2.0 (XII): compacto-corresponsal.
Diseñario 2.0 (XIII): corte-crítica.
Diseñario 2.0 (XIV): crisis-crónica.
Para los hijos de los años 80, Data también es el nombre del niño chino de los Goonies, pero eso, creemos, tiene poco que ver con el diseño de periódicos.
Deformar. Modificar, alterar o distorsionar la proporción natural de algo, sea imagen o texto lo que nos toca. Es decir, hacer más altas que anchas o más anchas que altas las cosas. Esto, que parece una tontada más, no lo es tanto. Porque en el deformar se puede encontrar tanto a un magnífico profesional como al chapuza mayor del reino. Esto se debe a que dependiendo de lo que deformes y en dónde, más se sabrá si entiendes esta profesión o no. Por ejemplo, en prensa, las fotos nunca, nunca deben deformarse. Respetar el formato original de la imagen es una especie de pacto sagrado entre los buenos maquetas de periódico. Si deformas una imagen eres un cutre incapaz de dar con una solución que no masacre las imágenes originales. Pero claro, eso pasa en los periódicos. En cuanto traspasamos la dudosa frontera que separa la información del mundo del espectáculo (a veces sólo un angosto pasillo) todo esto se vuelve relativo. Porque en un periódico manejas información y como tal debe ser entendida también la imagen. Y si nos ponemos talibanes, si el color o la composición son información, la proporción también habrá de serla. Pero en el mundo del colorín, del fuego artificial y la modernez, donde todo vale o no dependiendo del día, del tiempo que haga en la calle o de con qué pie te hayas levantado esa mañana, deformar las imágenes tiene su puntito, su glamour incluso. Porque cuando lo que importa de una página es que quede bonita, chula, espectacular, diferente, acojonante... no vamos a discutir entre nosotros por un poquito de distorsión en las imágenes ¿no? En un periódico se cambian páginas enteras porque una imágen no da el corte. En una revista, suplemento o dominical, las fotos entran en ese hueco como que yo me llamo artista...
Sin embargo, cuando hablamos de tipografía, deformarla puede llegar a ser un arma muy útil. No nos referimos, por supuesto a ese deformar por deformar, a lo tonto, sin talento... Eso es una ordinariez como otra cualquiera. Nos referímos a ese sutil dos por ciento de deformación en la escala horizontal (o sea a lo ancho, estrechándola) que lo mismo estiliza un tipo tosco, que lo mismo te hace ganar un quince por ciento más de texto por página. ¡Ay, benditos! ¡Que pensábais que sólo se deforman las cosas con fines estéticos! Deformando un poquito un tipo de letras te aseguras una buena cantidad de texto extra que hará las delicias de tantos compañeros de redacción empeñados en contarte en doscientas líneas lo que podrían contarte en quince. Eso sin contar las ventajas que la deformación horizontal de los textos proporciona a nuestros queridos compañeros portadistas, capaces de hacer entrar en dos columnas toda una sentencia del Tribunal Supremo, con letra de palo y estrechíta, estrechíta... Eso sí, si para conseguir el mismo efecto estilizado, lo que modificas es la escala vertical, subiéndola, entonces pasas a convertirte en el chapuza de los chapuzas, porque la letra queda igual, sí, pero ya no sirve para nada más que para que quede bonita, porque cuanto más la deformes, más la achatas o la estiras (en vertical) y allí no se gana nada de texto. Que las cosas se hacen por un motivo siempre, y que queden bonitas, creednos, no es el motivo que mueve el engranaje de un periódico...
En lo que todos, absolutamente todos los profesionales coincidirán es en negar los hechos. Pese a lo anteriormente narrado, nunca encontraréis alguien que reconozca deformar los elementos, ni aun cuando lo haga bien. "¡Eso no lo hacemos los profesionales, hombre..!", te dirán. No se entienden los escrúpulos en reconocer la fechoría, cuando en los periódicos se lleva años haciéndolo a diario con la información y nadie se ha quejado todavía...
Entregas anteriores del Diseñario 2.0:
Diseñario 2.0 (I): adelanto-alcance.
Diseñario 2.0 (II): apaisado-arte final.
Diseñario 2.0 (III): aspirina-autoedición.
Diseñario 2.0 (IV): background-billete.
Diseñario 2.0 (V): bobina-breves.
Diseñario 2.0 (VI): cabecear-camisa.
Diseñario 2.0 (VII): carácter-carpintero.
Diseñario 2.0 (VIII): catálogo-chillón.
Diseñario 2.0 (IX): chiste-cierre.
Diseñario 2.0 (X): clavo-colchón.
Diseñario 2.0 (XI): columpiarse-comerse.
Diseñario 2.0 (XII): compacto-corresponsal.
Diseñario 2.0 (XIII): corte-crítica.
Diseñario 2.0 (XIV): crisis-crónica.