El cambio es como el talante. Ambos son neutros aunque haya quien los interprete como valores positivos. El talante necesita calificarse como bueno o malo, no se puede tener talante, se está de buen o mal talante, y el cambio en sí tampoco es ni bueno ni malo porque se puede cambiar a mejor o, sencillamente, empeorar. Esto viene a cuento del anunciadísimo cambio de El País, evidentemente, y de que no sólo es necesario analizar las estructuras, tipografía o color de las páginas, sino también su contenido, porque en última instancia las páginas se hacen para ser leídas.
Y leyendo el artículo que publica Javier Moreno, director de tan importante periódico en el suplemento especial que dedican este domingo a su cambio, uno podría sacar como conclusión, primera y apresurada, que estamos ante el típico texto retórico que con declaraciones grandilocuentes no nos dice nada... y no es así. Porque incluso dice cosas que no estoy muy seguro de que el director de El País nos quiera decir. La primera de ellas me deja estupefacto, por la afirmación en sí y porque no haya dejado estupefactos también a todos quienes opinan sobre el tema, sin mencionarlo, desde infinidad de tribunas electrónicas o convencionales: resulta que El País ha decidido cambiar ¡sin saber por qué! "¿Y para qué cambiar", dice Moreno en su artículo, "cuando logramos formular la respuesta, ya estuvo hecho casi todo". Todo un "comité para el cambio" nombrado por el director en el mes de febrero pensando para qué hacían lo que hacían mientras lo hacían. O sea, hacemos una cosa y mientras la hacemos pensamos para qué la hacemos. ¿Algo así, no? Puede que sea yo quien no lo ha entendido bien, pero estoy estupefacto y no se me pasa. Me atrevería a apuntar a tan docto comité, desde mi humilde posición, que tal vez una de las razones para el cambio podría ser... ¡para mejorar!, ¿no?. Pero claro, se trataría de mejorar uno de los modelos de mayor éxito en los últimos años no sólo de la prensa española (su diseño racional ha sido y es modelo de periódicos), sino internacional (El País ha contribuido, y no poco, a que se asocie periodismo de calidad con el formato tabloide, entre otras cosas. Un formato al que tienden ahora incluso los periódicos anglosajones). Claro que lo mismo tienen ahora otro modelo nuevo que crea escuela y por eso cambian. Aunque ellos dicen, tras meses de pensarlo, que cambian "por responsabilidad".
La segunda es una contradicción que pone de manifiesto que El País tal vez no está contando las cosas como son y que improvisa para justificarse. Escriben que su periódico evoluciona al igual que evoluciona la sociedad y lo ilustran en un artículo titulado "31 años de evolución", reproduciendo tres portadas y una página doble de distintos años con un pie común con el encabezamiento "cambio constante". Pero ahora se dan cuenta, dicen también a lo largo de todo el especial del domingo, que la sociedad ha cambiado y va a cambiar más y por eso tienen que hacer este cambio. ¿Pero no había evolucionado el periódico con la sociedad? Entonces, y volvemos al principio, al comité de expertos, ¿para qué cambiar? De haber estado evolucionando el periódico no necesitaría tan drástica puesta al día y mucho menos gastarse el dineral que se están gastando en ello, publicidad incluida. ¿No?
Evolución de las acciones de Prisa (editora de El País) en los últimos seis meses
Supongo que pensareis que este artículo es crítico con El País porque escribo desde donde escribo. No me escondo, estoy en El Mundo, pero también soy lector de El País (soy lector de los dos periódicos desde hace años) y creo que más allá de guerras entre medios y competencia entre empresas, en las que ni puedo ni quiero entrar, estoy aportando argumentos. Además, esto es encajabaja, y encajabaja no es El Mundo, ni siquiera es el blog del departamento de diseño del periódico El Mundo. Estoy diciendo que o bien El País no sabe qué le está pasando, y por eso "quieren entender", o si lo sabe no nos lo quiere decir. No nos quiere hablar de que su hasta ahora posición de privilegio parece amenazada y repiten la palabra internet, o global, en casi cada una de las frases de su especial sin que sepamos tampoco muy bién qué pretenden, porque en lo que se refiere a internet El País no ha logrado conectar como ellos quisieran. Y no nos lo dicen. No nos dicen que tal vez estos argumentos tengan más que ver con el cambio. También ayudaría mucho a entender, el magnífico artículo titulado "Arde Roma" que publicó el pasado 21 de septiembre el siempre brillante Pedro Cuartango, uno de los periodistas más cultos que conozco, no muy dado a la confrontación fácil, pero mucho me temo que está publicado en el eterno rival, El Mundo, y sufre por tanto del mismo sesgo que estas frases. Aún así, merece la pena, es certero, divertido y en El País nunca lo publicarían.
Sobre las tres páginas que hasta ahora hemos visto todos del nuevo diseño ya hemos públicado dos artículos y toda la blogosfera se ha ocupado ampliamente de ellas. Aunque es muy pronto para análisis porque un periódico ya dijimos que no es un prototipo, es algo más que necesita de los días para ser diario, se pueden lanzar algunas preguntas inocentes: ¿son esas las páginas de un diseño profundo o son efectismo, apariencia? ¿De verdad es un diseño para noticias diarias? ¿O simplemente para noticias? ¿Para informar? Porque no se tratará de adornar sólo el papel, ¿verdad? Miro las mujeres que miran en su modelo de apertura de Cultura y me queda claro. Hay que esperar, puede que nos hayan mostrado sólo las más "llamativas". Espero.
Y acabo como empiezo. Este artículo se titula con las mismas palabras que, además de aparecer en el artículo del domingo de Javier Moreno, pronunció en 1997
David García, director de arte del periódico entonces, y ahora. En un acto público celebrado en la Universidad San Pablo Ceu de Madrid, en el que yo estaba presente, el máximo responsable de diseño del diario independiente de la mañana con aspiraciones a diario global afirmó con total rotundidad que innumerables veces le habían preguntado por qué no cambiaba El País y que él siempre respondía lo mismo: "cuando algo tiene éxito no hay por qué cambiarlo"