Osama Bin Laden no aparece en la foto de la "ejecución extrajudicial" de Osama Bin Laden, porque LA foto del acontecimiento mundial de las últimas semanas, bueno de uno de ellos, es ésta:
Un fotón absoluto y grandioso obra de Pete Souza, fotógrafo oficial de la Casa Blanca, que para mí supone un paso más allá en la historia del fotoperiodismo al ofrecer un punto de vista radicalmente nuevo, el rostro no del famoso asesino ejecutado, o tiroteado con el calificativo que quiera dársele y en cuyo debate no quiero entrar ahora, sino el rostro de quien ordena matarle en el momento exacto de hacerlo.
Y como, además, son distintos responsables de esa muerte quienes aparecen en este "grupo salvaje" reunido en la Situation Room (¿Sala de Situación?, menuda situación), podemos ver los distintos rostros del ser humano cuando mata a otro, con independencia de lo justa o injusta que sea su acción: el rostro de la preocupación, el enorme peso de la responsabilidad en la mirada de quien es el máximo responsable (premio Nobel de la Paz y hombre en quien se depositaron millones de esperanzas, posiblemente distintas a ésta), la concentración en los aspectos técnicos del militar que dirige desde un ordenador la operación —curiosamente sentado en el sillón que supongo que corresponde al presidente—, la curiosidad en algunos que desde el fondo buscan un hueco para mirar, el estupor, la frialdad de otro, la aparente o despreocupada calma, o vacío insensible de un vicepresidente que pareciera estar en el salón de su casa viendo alguna serie aburrida, el horror de Hillary Clinton...
Es una foto tan poderosa que tengo la impresión de que si el señor Obama (con "b") dejara de lado los argumentos tan peregrinos y contradictorios en los que se escuda hasta ahora y decidiera hacer pública la fotografía de Osama (con "s") muerto, es posible que esa imagen no consiguiera eclipsar a esta otra, por muy "horripilante" que fuera, por mucha masa encefálica que salga por la cuenca del ojo izquierdo como ha declarado el senador republicano James Inhofe que puede apreciarse... la foto del asesinato, o de la muerte, o de la ejecución, de Bin Laden, seguiría siendo ésta. Una de las grandes imágenes en la historia del fotoperiodismo según mi punto de vista... pero que sólo el tiempo decidirá incluir en esa categoría o no, evidentemente.
Tan poderosa, que incluso ha empezado a causar problemas a quienes aparecen en ella. Problemas originados por ser una fotografía de miradas. Porque más allá de la composición piramidal de inspiración pictórica a lo Rembrandt como reseña Angel Casaña en su blog sobre fotografía, lo que veo es una fotografía de miradas... en la que podemos ver el alma humana. Miradas que además nos dirigen hacia un punto que no vemos pero en el que sabemos lo que está sucediendo. Miradas que nos pueden hacer sentir —de golpe y a la vez, o bien primero uno y después otro— el conjunto de sentires que transmiten cada una de ellas por separado.
"Troppo vero!", demasiado real, como le dijo el Papa Inocencio X a Velázquez cuando el genial pintor le mostró el impresionante retrato que le había hecho. Demasiado real su propia mirada, la mirada terrible del poder que también aparece en la fotografía de Souza. Si como podemos leer en el blog de Casaña antes mencionado, resulta acertada la agudísima perspicacia de Rafa Sierra, director de la revista Arte, de comparar esta imagen con la Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp, de Rembrandt, en el que un grupo de personajes organizado en una composición similar observan un cadáver, que a diferencia de lo que sucede en la foto, en el cuadro sí se ve ocupando el lugar central y casi toda la luz —otro motivo por el cual se carga de fuerza la fotografía—, yo descubro también aquí la mirada de ese retrato del Papa que no quiso ver pintada su propia mirada.
Miradas. Problemas a quienes allí aparecen. Especialmente a las dos mujeres: problemas de alergia en Hillary, problemas de identidad en una joven hasta ahora desconocida. Fueron precisamente mujeres quienes me hicieron que reparase en la mirada aterrada de Hillary Clinton, como reflejo del puro horror de lo que debían estar contemplando sus ojos... y que ella ha tenido que desmentir después alegando que padecía "una alergia primaveral"; una de esas típicas excusas que todo el mundo cree, ¿verdad?, y que además nos ilustran acerca de lo que debe sentir de la señora Clinton hacia sus semejantes, a quienes nos debe suponer idiotas. La aparición de una mujer "desconocida" al fondo de la imagen tiene una historia apasionante detrás, porque al parecer se trata de Audrey Tomason, miembro del servicio secreto bautizado con el eufemismo de "directora en la Casa Blanca de la lucha antiterrorista" o "directora de la oficina de Contraterrorismo" según sea la fuente, o sea una espía, cuya identidad ha quedado desvelada con todas las consecuencias que ello conlleva —la primera e inmediata el más que posible final de su carrera—.
Osama Bin Laden no aparece en la foto de su propia muerte porque ¿ya no era nadie?, como parecen mostrar esos vídeos con los que la Casa Blanca tal vez pretende humillar y desmitificar su figura, el terrorista global convertido ahora en un anciano andrajoso en un entorno que se desmorona, viéndose en una televisión de museo arqueológico como si ya sólo quedase él como el único espectador de sí mismo.
Un fotón absoluto y grandioso obra de Pete Souza, fotógrafo oficial de la Casa Blanca, que para mí supone un paso más allá en la historia del fotoperiodismo al ofrecer un punto de vista radicalmente nuevo, el rostro no del famoso asesino ejecutado, o tiroteado con el calificativo que quiera dársele y en cuyo debate no quiero entrar ahora, sino el rostro de quien ordena matarle en el momento exacto de hacerlo.
Y como, además, son distintos responsables de esa muerte quienes aparecen en este "grupo salvaje" reunido en la Situation Room (¿Sala de Situación?, menuda situación), podemos ver los distintos rostros del ser humano cuando mata a otro, con independencia de lo justa o injusta que sea su acción: el rostro de la preocupación, el enorme peso de la responsabilidad en la mirada de quien es el máximo responsable (premio Nobel de la Paz y hombre en quien se depositaron millones de esperanzas, posiblemente distintas a ésta), la concentración en los aspectos técnicos del militar que dirige desde un ordenador la operación —curiosamente sentado en el sillón que supongo que corresponde al presidente—, la curiosidad en algunos que desde el fondo buscan un hueco para mirar, el estupor, la frialdad de otro, la aparente o despreocupada calma, o vacío insensible de un vicepresidente que pareciera estar en el salón de su casa viendo alguna serie aburrida, el horror de Hillary Clinton...
Es una foto tan poderosa que tengo la impresión de que si el señor Obama (con "b") dejara de lado los argumentos tan peregrinos y contradictorios en los que se escuda hasta ahora y decidiera hacer pública la fotografía de Osama (con "s") muerto, es posible que esa imagen no consiguiera eclipsar a esta otra, por muy "horripilante" que fuera, por mucha masa encefálica que salga por la cuenca del ojo izquierdo como ha declarado el senador republicano James Inhofe que puede apreciarse... la foto del asesinato, o de la muerte, o de la ejecución, de Bin Laden, seguiría siendo ésta. Una de las grandes imágenes en la historia del fotoperiodismo según mi punto de vista... pero que sólo el tiempo decidirá incluir en esa categoría o no, evidentemente.
Tan poderosa, que incluso ha empezado a causar problemas a quienes aparecen en ella. Problemas originados por ser una fotografía de miradas. Porque más allá de la composición piramidal de inspiración pictórica a lo Rembrandt como reseña Angel Casaña en su blog sobre fotografía, lo que veo es una fotografía de miradas... en la que podemos ver el alma humana. Miradas que además nos dirigen hacia un punto que no vemos pero en el que sabemos lo que está sucediendo. Miradas que nos pueden hacer sentir —de golpe y a la vez, o bien primero uno y después otro— el conjunto de sentires que transmiten cada una de ellas por separado.
Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp (1632). Rembrandt.
Retrato de Inocencio X (1650). Diego de Velázquez.
"Troppo vero!", demasiado real, como le dijo el Papa Inocencio X a Velázquez cuando el genial pintor le mostró el impresionante retrato que le había hecho. Demasiado real su propia mirada, la mirada terrible del poder que también aparece en la fotografía de Souza. Si como podemos leer en el blog de Casaña antes mencionado, resulta acertada la agudísima perspicacia de Rafa Sierra, director de la revista Arte, de comparar esta imagen con la Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp, de Rembrandt, en el que un grupo de personajes organizado en una composición similar observan un cadáver, que a diferencia de lo que sucede en la foto, en el cuadro sí se ve ocupando el lugar central y casi toda la luz —otro motivo por el cual se carga de fuerza la fotografía—, yo descubro también aquí la mirada de ese retrato del Papa que no quiso ver pintada su propia mirada.
Miradas. Problemas a quienes allí aparecen. Especialmente a las dos mujeres: problemas de alergia en Hillary, problemas de identidad en una joven hasta ahora desconocida. Fueron precisamente mujeres quienes me hicieron que reparase en la mirada aterrada de Hillary Clinton, como reflejo del puro horror de lo que debían estar contemplando sus ojos... y que ella ha tenido que desmentir después alegando que padecía "una alergia primaveral"; una de esas típicas excusas que todo el mundo cree, ¿verdad?, y que además nos ilustran acerca de lo que debe sentir de la señora Clinton hacia sus semejantes, a quienes nos debe suponer idiotas. La aparición de una mujer "desconocida" al fondo de la imagen tiene una historia apasionante detrás, porque al parecer se trata de Audrey Tomason, miembro del servicio secreto bautizado con el eufemismo de "directora en la Casa Blanca de la lucha antiterrorista" o "directora de la oficina de Contraterrorismo" según sea la fuente, o sea una espía, cuya identidad ha quedado desvelada con todas las consecuencias que ello conlleva —la primera e inmediata el más que posible final de su carrera—.
Hillary Clinton, con "alergia", en primer plano; y Audrey Tomason, asomándose al fondo, en plenas labores de "contraterrorismo".
Osama Bin Laden no aparece en la foto de su propia muerte porque ¿ya no era nadie?, como parecen mostrar esos vídeos con los que la Casa Blanca tal vez pretende humillar y desmitificar su figura, el terrorista global convertido ahora en un anciano andrajoso en un entorno que se desmorona, viéndose en una televisión de museo arqueológico como si ya sólo quedase él como el único espectador de sí mismo.