domingo, 1 de enero de 2012

Cosas que cambian y cosas que no cambiarán nunca

El recuerdo inmediato es la sensación de tener la punta de la nariz absolutamente congelada. Enterrado bajo cuatro espesas mantas, aplastado por su cálido peso, el cuerpo mantenía el calor a duras penas. Enredada entre los pies estaba la bolsa de plástico rugoso, ahora helada, que encendía el termostato de la cama cuando se introducía llena de agua a dos mil grados debajo de las mantas... Si los pies se mantienen calientes, sobrevivirás otro invierno...

Recuerdo bajar por aquella escalera que se me hacía enorme y altísima y que me daba miedo por la noche si sabía que mi abuelo no estaba arriba esperándome. Y mi vaho. Mi propio vaho, como compañero perpetuo en aquellas vacaciones maravillosas en casa de mis abuelos en Martos, aquel pueblo de Jaén, donde el frío te cortaba la cara y las navidades eran todo lo que tienen que ser las navidades: familia, amor y la ilusión desbordada en los ojos de los más pequeños.

Y recuerdo levantarme siempre temprano los días 1 de enero con mi hermano, y al bajar a la sala encontrarnos a mis abuelos y a mis padres desayunando. Y correr a sentarme con ellos, en el brasero, mientras mi abuela me preparaba el mejor desayuno del mundo y los demás veíamos en la tele aquellos saltos de esquí, cuyo principal interés residía en ver si alguno se mataba... Para los no iniciados, un brasero es un recipiente metálico que se colocaba bajo una mesa con brasas de una chimenea o de una cocina de leña... para mantenerse caliente y con vida. No hay mejor forma de que una familia se siente en torno a una mesa. Los braseros mantenían a las familias unidas... Te tapabas con las faldas de la mesa hasta la cintura y... sobrevivías al invierno, con los pies calientes. ¿Y los brazos, pensaréis? Mi abuela, que era una mujer de pueblo, y por lo tanto sabia, siempre decía: “Los brazos no son del cuerpo...”

Aquellos 1 de enero no había periódico. Si salías a la calle, no había nada abierto donde poder comprarlo. Todos los quioscos, todas las papelerías, todo estaba cerrado. Era 1 de enero.

No entiendo porqué, todos los 1 de enero me pasa lo mismo. Me acuesto tarde, me levanto siempre temprano y aprovecho que todo el mundo duerme en casa para, tranquilamente, volver al brasero de mis abuelos y desayunar con ellos.

Pero hoy ha sido distinto. Hoy he encendido la tele, casi mecánicamente, pero hoy no había saltos de esquí... Y hoy, día 1 de enero de 2012, sí hay periódico. EL MUNDO hoy publica un periódico en Orbyt, desmarcándose de la tradicional ausencia de periódicos el día de Año Nuevo. Los quioscos siguen cerrados, pero Orbyt no cierra ningún día del año. Y ayer, día 31, estuvimos en la redacción de EL MUNDO preparando con el mimo habitual el número de hoy. En Orbyt lo tenéis si estáis interesados y si el alcohol de anoche no os ha convertido el cerebro en una yema bamboleante...


Nuestro director decía ayer en la redacción y en twitter que era un día histórico. El tiempo lo dirá... El caso es que hoy ha salido EL MUNDO. Y no han dado los saltos de esquí en la tele por la mañana. La vida es así y la tecnología avanza y derriba fronteras. Algunas cosas no cambiarán nunca, pero otras tienen que cambiar antes o después. Incluso veremos cuántas cosas cambian a partir de hoy... Por lo pronto, yo hoy he vuelto a desayunar con mis abuelos, sentado con ellos en el brasero, con los pies calentitos... Y luego he leído mi periódico, el de hoy, de arriba a abajo en mi iPad.

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