Ajenos a la polémica sobre si las maquetas de las páginas deben fabricarse, enlatarse y venderse en paquetes para que luego otros las llenen de contenidos, como nos propone Roger Black, o si por el contrario deben diseñarse en función del contenido, en la misma redacción (porque ahorrar ese coste es ahorrar en calidad... y posiblemente también en lectores), los esforzados, aislados, enigmáticos y caprichosos miembros del comité de expertos de encajabaja encargados de la redacción del Diseñario nos ofrecen otra entrega de esta obra colectiva, infinita, irreverente y abierta a vuestra participación sobre el diseño periodístico y la prensa en general.
Modular. Suena a espacial, y con el espacio tiene que ver. El espacio físico de una página, su estructura interna, no el espacio interestelar. El diseño modular, que es exactamente a lo que nos referimos, es el más avanzado y moderno sistema para estructurar una página de periódico, aunque se haya inventado hace ya muchos años y para los "diseñistas", empeñados en vender novedades ya inventadas un día sí y otro también, esto sea tan terrible, tanto, que no les quede otro argumento que el de calificarlo como antiguo y "aburrido"... mientras hacen páginas moduladas, llenas de adornos, pero divididas en módulos horizontales y columnas verticales.
Sucede que no tiene nada que ver ni con la diversión, ni con la falta de ella, sino con el racionalismo, con la forma unida a la función, con la sencillez insuperable de lo que es útil y bello a la vez. Puede que parte del aburrimiento venga de que el primer periódico que se diseñó de esta manera en España fuese El País, de la mano del alemán bauhausiano Reinhard Gäde, ¡en 1974!, y que desde entonces todos, pero todos, estructuren sus páginas de esta manera. Resulta curioso, y es un ejercicio que ya se ha hecho en algunas ocasiones, comparar el primer ejemplar de este diario con los que se editaban entonces en nuestro país para ver la enorme revolución en cuanto a diseño periodístico que supuso. Un salto que no se ha vuelto a producir y que, arrevistamientos más o menos colorineros aparte de los que se venden como nuevos y que excepto en lo modular ya se hacían a comienzos del siglo XX, tampoco parece que vaya a suceder a corto y medio plazo.
Lo hemos medio señalado ya, pero para que quede claro del todo, el diseño modular consiste en la división de una página en columnas verticales (cinco en el caso de un tabloide estándar, que pueden ser seis si nos gustan las columnas muy estrechitas y estar cambiando de renglón cada pocas palabras), y en una serie de módulos horizontales (nueve en el caso también de un tabloide, aunque pueden ser más o menos). Se crea así una rejilla que sirve, entre otras cosas, para contratar la publicidad con unos tamaños ya establecidos y que coinciden con alguna de las combinaciones posibles: dos módulos de alto por cinco columnas de ancho (2x5 en el argot de un periódico), es un típico faldón de publicidad pequeño; cuatro módulos de alto por cinco columnas de ancho (4x5) es aproximadamente una publicidad de media página; o siete módulos de alto por cuatro columnas de ancho (7x4), es el clásico "robapágina" de publicidad, porque ocupa casi toda la página pero no paga una página entera.
Esta manera de estructurar la página sirve además para disponer en ella las diferentes noticias, con lo que conseguimos orden y jerarquía (dando más o menos columnas y módulos a cada una de ellas), con la ventaja de que así podemos separar muy fácilmente unas de otras. Por si fuera poco, nos permite intercambiar con rapidez y no demasiados trastornos publicidades, o noticias, entre unas páginas y otras. "Queda bonito", nos dijo una vez Gäde que le decían, "¿cómo qué bonito?, ¿funciona?". Sí. Pues eso.
Módulo. Cada uno de los espacios que resultan de dividir imaginariamente la página de un periódico de manera horizontal (aproximadamente nueve divisiones iguales en un tabloide). Sirve para estructurar la página y crear espacios fijos para contratar la publicidad.
Morder. En la vida real que te muerdan suele ser mala señal, salvo que estemos hablando de esos pequeños mordisquitos que se suelen dar en la intimidad... Por lo general, un bocado conlleva una franca declaración de hostilidad manifiesta, que suele darse justo cuando todo intento de diálogo y negociación ha fracasado por completo. Y además duelen, en según qué zona, algunos más que otros... Sin embargo, en el periodismo, un mordisco es sinónimo de contenido que cobra más interés del que pudiera parecer así, a simple vista. Un bocado en prensa es una llamada de atención. Ya nos lo advertían en la facultad, cuando nos contaban que lo noticioso no era que un perro mordiera a un hombre, sino que fuera el hombre el que mordiese al perro. Y algún humilde miembro del consejo de sabios de encajabaja, que pasó por la facultad más interesado por cuestiones que solían darse con más frecuencia en las cafeterías que en las aulas, siempre pensó: "No. Lo noticioso sería descubrir qué ha hecho ese pedazo de bestia... para llevarse un bocado de un pobre hombre, normal y corriente". Porque conscientes como somos de la capacidad humana para ser más perros que uno de verdad, que en un momento dado nos empleemos a mandíbula batiente no nos sorprende en absoluto.
En diseño, llamamos morder a cuando un elemento invade el espacio de otro. Y para no superponerlos, uno recorre al otro, dando la sensación de que alguno de ellos, el texto por ejemplo, se ha llevado un bocado. Esto hace unos años era una movida tecnológica, en los que había que definir mil puntos de paso del texto y ahora se hace pulsando una sencilla combinación de teclas, el famoso contorneo de Quark, controlté. Defines el espacio que dejas entre elementos y ya está. Y no tiene mucho más. Como lo del hombre y el perro. Un mordisco es un mordisco, lo reciba quien lo reciba...
Concedednos, pues, el gusto de centrarnos en el porqué. ¿Por qué mordemos un elemento con otro? ¿Queda bonito? Sí. ¿Lo hacemos porque queda bonito? No. Faltaría más. Lo hacemos porque es una manera de destacar algo que, de otro modo, quedaría sin destacar. Ejemplo: una foto a dos columnas es eso, una imagen que no tiene relevancia para ocupar tres. Y al revés, exactamente lo mismo. Pero ¿y si no lo tenemos del todo claro, y si existen dudas razonables a la hora de valorar su relevancia informativa? Mordemos. Y en lugar de dos, ocupamos dos y media, en una especie de excepción violenta, perpetrada a dentellladas, por si alguien se opone. La imagen usurpa el lugar que correspondería a otros elementos (textos, pies, etc.) y de repente, adquiere una relevancia superior a lo que cabía esperar de ella, el kata to eikós que decía Aristóteles. Y como la valoramos de diferente manera de lo habitual, le damos una forma diferente de la habitual, para que conste en acta.
Y por eso se muerde. Para diferenciar elementos. Luego, una vez has mordido, queda chulo. Y como queda chulo, se usa para casi todo. Pero la principal finalidad de que un elemento muerda a otro es porque con la forma avisamos de que el contenido tiene algo especial, algo que queremos que destaque y en lo que queremos que os fijéis, una pequeña trampa visual. En los periódicos, estos códigos son importantes, porque la información tiene miles de matices y estos recursos son los que ayudan a hilar fino en el diseño.
Luego está el que muerde por morder, sin respetar ningún código de lectura. De esos siempre hay... Hay incluso gente que va mordiendo a los perros...
Sucede que no tiene nada que ver ni con la diversión, ni con la falta de ella, sino con el racionalismo, con la forma unida a la función, con la sencillez insuperable de lo que es útil y bello a la vez. Puede que parte del aburrimiento venga de que el primer periódico que se diseñó de esta manera en España fuese El País, de la mano del alemán bauhausiano Reinhard Gäde, ¡en 1974!, y que desde entonces todos, pero todos, estructuren sus páginas de esta manera. Resulta curioso, y es un ejercicio que ya se ha hecho en algunas ocasiones, comparar el primer ejemplar de este diario con los que se editaban entonces en nuestro país para ver la enorme revolución en cuanto a diseño periodístico que supuso. Un salto que no se ha vuelto a producir y que, arrevistamientos más o menos colorineros aparte de los que se venden como nuevos y que excepto en lo modular ya se hacían a comienzos del siglo XX, tampoco parece que vaya a suceder a corto y medio plazo.
Lo hemos medio señalado ya, pero para que quede claro del todo, el diseño modular consiste en la división de una página en columnas verticales (cinco en el caso de un tabloide estándar, que pueden ser seis si nos gustan las columnas muy estrechitas y estar cambiando de renglón cada pocas palabras), y en una serie de módulos horizontales (nueve en el caso también de un tabloide, aunque pueden ser más o menos). Se crea así una rejilla que sirve, entre otras cosas, para contratar la publicidad con unos tamaños ya establecidos y que coinciden con alguna de las combinaciones posibles: dos módulos de alto por cinco columnas de ancho (2x5 en el argot de un periódico), es un típico faldón de publicidad pequeño; cuatro módulos de alto por cinco columnas de ancho (4x5) es aproximadamente una publicidad de media página; o siete módulos de alto por cuatro columnas de ancho (7x4), es el clásico "robapágina" de publicidad, porque ocupa casi toda la página pero no paga una página entera.
Esta manera de estructurar la página sirve además para disponer en ella las diferentes noticias, con lo que conseguimos orden y jerarquía (dando más o menos columnas y módulos a cada una de ellas), con la ventaja de que así podemos separar muy fácilmente unas de otras. Por si fuera poco, nos permite intercambiar con rapidez y no demasiados trastornos publicidades, o noticias, entre unas páginas y otras. "Queda bonito", nos dijo una vez Gäde que le decían, "¿cómo qué bonito?, ¿funciona?". Sí. Pues eso.
Módulo. Cada uno de los espacios que resultan de dividir imaginariamente la página de un periódico de manera horizontal (aproximadamente nueve divisiones iguales en un tabloide). Sirve para estructurar la página y crear espacios fijos para contratar la publicidad.
Morder. En la vida real que te muerdan suele ser mala señal, salvo que estemos hablando de esos pequeños mordisquitos que se suelen dar en la intimidad... Por lo general, un bocado conlleva una franca declaración de hostilidad manifiesta, que suele darse justo cuando todo intento de diálogo y negociación ha fracasado por completo. Y además duelen, en según qué zona, algunos más que otros... Sin embargo, en el periodismo, un mordisco es sinónimo de contenido que cobra más interés del que pudiera parecer así, a simple vista. Un bocado en prensa es una llamada de atención. Ya nos lo advertían en la facultad, cuando nos contaban que lo noticioso no era que un perro mordiera a un hombre, sino que fuera el hombre el que mordiese al perro. Y algún humilde miembro del consejo de sabios de encajabaja, que pasó por la facultad más interesado por cuestiones que solían darse con más frecuencia en las cafeterías que en las aulas, siempre pensó: "No. Lo noticioso sería descubrir qué ha hecho ese pedazo de bestia... para llevarse un bocado de un pobre hombre, normal y corriente". Porque conscientes como somos de la capacidad humana para ser más perros que uno de verdad, que en un momento dado nos empleemos a mandíbula batiente no nos sorprende en absoluto.
En diseño, llamamos morder a cuando un elemento invade el espacio de otro. Y para no superponerlos, uno recorre al otro, dando la sensación de que alguno de ellos, el texto por ejemplo, se ha llevado un bocado. Esto hace unos años era una movida tecnológica, en los que había que definir mil puntos de paso del texto y ahora se hace pulsando una sencilla combinación de teclas, el famoso contorneo de Quark, controlté. Defines el espacio que dejas entre elementos y ya está. Y no tiene mucho más. Como lo del hombre y el perro. Un mordisco es un mordisco, lo reciba quien lo reciba...
Concedednos, pues, el gusto de centrarnos en el porqué. ¿Por qué mordemos un elemento con otro? ¿Queda bonito? Sí. ¿Lo hacemos porque queda bonito? No. Faltaría más. Lo hacemos porque es una manera de destacar algo que, de otro modo, quedaría sin destacar. Ejemplo: una foto a dos columnas es eso, una imagen que no tiene relevancia para ocupar tres. Y al revés, exactamente lo mismo. Pero ¿y si no lo tenemos del todo claro, y si existen dudas razonables a la hora de valorar su relevancia informativa? Mordemos. Y en lugar de dos, ocupamos dos y media, en una especie de excepción violenta, perpetrada a dentellladas, por si alguien se opone. La imagen usurpa el lugar que correspondería a otros elementos (textos, pies, etc.) y de repente, adquiere una relevancia superior a lo que cabía esperar de ella, el kata to eikós que decía Aristóteles. Y como la valoramos de diferente manera de lo habitual, le damos una forma diferente de la habitual, para que conste en acta.
Y por eso se muerde. Para diferenciar elementos. Luego, una vez has mordido, queda chulo. Y como queda chulo, se usa para casi todo. Pero la principal finalidad de que un elemento muerda a otro es porque con la forma avisamos de que el contenido tiene algo especial, algo que queremos que destaque y en lo que queremos que os fijéis, una pequeña trampa visual. En los periódicos, estos códigos son importantes, porque la información tiene miles de matices y estos recursos son los que ayudan a hilar fino en el diseño.
Luego está el que muerde por morder, sin respetar ningún código de lectura. De esos siempre hay... Hay incluso gente que va mordiendo a los perros...
Entregas anteriores del Diseñario 2.0:
Diseñario 2.0 (I): adelanto-alcance.
Diseñario 2.0 (II): apaisado-arte final.
Diseñario 2.0 (III): aspirina-autoedición.
Diseñario 2.0 (IV): background-billete.
Diseñario 2.0 (V): bobina-breves.
Diseñario 2.0 (VI): cabecear-camisa.
Diseñario 2.0 (VII): carácter-carpintero.
Diseñario 2.0 (VIII): catálogo-chillón.
Diseñario 2.0 (IX): chiste-cierre.
Diseñario 2.0 (X): clavo-colchón.
Diseñario 2.0 (XI): columpiarse-comerse.
Diseñario 2.0 (XII): compacto-corresponsal.
Diseñario 2.0 (XIII): corte-crítica.
Diseñario 2.0 (XIV): crisis-crónica.
Diseñario 2.0 (XV): cuadratín-deformar.
Diseñario 2.0 (XVI): desguace-directo.
Diseñario 2.0 (XVII): director-documentación.
Diseñario 2.0 (XVIII): editorial-EGM.
Diseñario 2.0 (XIX): Elzevir-empacar.
Diseñario 2.0 (XX): empasillado-encuadrar.
Diseñario 2.0 (XXI): enfrentadas-entrevista.
Diseñario 2.0 (XXII): enviado especial-exclusiva.
Diseñario 2.0 (XXIII): exposición-faldón.
Diseñario 2.0 (XXIV): fe de errores-fino.
Diseñario 2.0 (XXV): flash-fondo.
Diseñario 2.0 (XXVI): fotero-fotón.
Diseñario 2.0 (XXVII): free-lance-freehand.
Diseñario 2.0 (XXVIII): galerada-grapa.
Diseñario 2.0 (XXIX): gritar-hemeroteca.
Diseñario 2.0 (XXX): hemorroide-hostias (darse de).
Diseñario 2.0 (XXXI): ilustrator-imposición.
Diseñario 2.0 (XXXII): invisibles-itálica.
Diseñario 2.0 (XXXIII): jefe-ladrillo.
Diseñario 2.0 (XXXIV): lead-localizador.
Diseñario 2.0 (XXXV): lomo-lorem ipsum.
Diseñario 2.0 (XXXVI): MacOs-mesa.