Escucho a Amy Winehouse y su música revival con sabor añejo de hace cuarenta años suena nueva y fresca por un increíble misterio. No creo que sea su voz que juega a ser cálida y suave para un compás después emerger poderosa entre toda una sección de viento a la que llega a silenciar. Estoy convencido de que es el ritmo, ese infinitesimal retardo con el que se divierte entrando en algunas frases, en el estribillo de Rehab, canción que abre su segundo disco y nos mete de cabeza en él con sus implacables pulsaciones. El ritmo de la música, tan concreto y aprehensible, me lleva al carácter vaporoso del ritmo de lectura, tan abstracto e intuitivo, escurridizo, tan difícil de definir que en ocasiones nos han recriminado o incluso felicitado por él sin que fuéramos conscientes de haberlo manejado. En su decepcionante El diseño de la noticia, Robert Lockwood se atreve a escribir sin ningún complejo que "debido a que sus relaciones espaciales internas son invariables y no expresivas" (está ‘analizando’ una retícula), "su estructura no se lee como una forma sino más bien como una pauta a seguir que indica la velocidad y el ritmo en un campo neutral libre de la actividad emocional". Y se queda tan ancho. Cuando habla de toda una sección, que es de lo que se trata, no tiene rubor ninguno en firmar simplezas como que una "cuidadosa planificación permite a los redactores jefe prestar atención especial a la velocidad y el ritmo de la presentación y a la calidad formal". Y ya está. Lockwood ha escuchado trompetas, no música.
Si cuando hablamos de equilibrio nos referimos fundamentalmente a las relaciones entre los elementos de una página, el ritmo tiene que ver con las relaciones de una página con otras. De la disposición de los temás a través de varias, de toda una sección, de todo el periódico. De repeticiones y ciclos. De mantener la atención y la tensión con dosis regulares o no. Y en eso, por desgracia, nosotros no tenemos el control que Amy derrocha haciendo travesuras con el tempo de sus composiciones, porque en el diario en el que trabajamos el ritmo está supeditado por completo a la jerarquía informativa, a la valoración de las noticias por parte del director, que para eso está y está siempre, un valor que fluctúa en ocasiones durante todo el día, desde la primera reunión por la mañana hasta los minutos previos al cierre.
Así salieron publicadas tres páginas de la sección de España
Que bien pudieron haber salido así...
O incluso así. El número total de posibilidades se obtiene al combinar tres elementos tomados de tres en tres. Todo depende de cómo se valore el contenido de las páginas en cada momento y la importancia que "ganen" o "pierdan" durante el día
Aunque he de confesar que a mí lo que realmente me interesa es la música, veo a Javier muy preocupado por el ritmo de lectura, porque se le escapa entre los dedos y las teclas del ordenador, tan distintas a las teclas del piano que acompaña a la británica. Como que le jode el no poderlo racionalizar, que sólo la intuición lo maneje y, desde luego, imposible para nosotros en otra forma que no sea decreciente, de más a menos, el periódico es así. E incluso así, le digo, tampoco actuamos nosotros en ese ritmo tan poco sinuoso porque el orden de nuestras páginas se suele decidir después de que estén pintadas, cuando ahora ya importa menos lo que antes más importaba. No, no, no. Pero calla, ahora canta en directo casi a capela y es mucho mejor, seguro que así entendéis lo que digo sobre el ritmo porque en las páginas es sólo una metáfora y aquí existe, escucha cómo se detiene, cómo dejándose llevar por la pura intuición, ella sí puede, decide a cada instante si hacer sonar su garganta o dejar que el silencio siga construyendo música.
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