El caso es quejarme, pienso de mí. Porque cuando hace ya unos años visitaba cualquiera de las exposiciones de arte en mi ciudad, en Madrid, recorría solitario los pasillos y llegaba a casa lamentando el poco interés de mis semejantes por la cultura y ahora, sin embargo, aborrezco la masificación de estas muestras "fundamentales" que nos ofrecen cada muy poco, cada vez más poco, para que adoremos las obras de Velázquez, de Modigliani o de Picasso entre empujones, comentarios inteligentes, el calor de los abrigos y sin salirnos de la fila que las simpáticas cuidadoras nos obligan a seguir con sus amables gruñidos, especialmente atentas las que contrata el Reina Sofía. Todo un arte encontrar empleados tan poco interesados por el arte.
Esta es la manera de entrar a la exposición sobre Picasso que acaba de abrir el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía con el título "La colección del Museo Nacional Picasso París". Lo de siempre desde hace un tiempo, desde que el arte, no, más bien desde que ir a exposiciones de artistas famosos, se puso de moda. Tan de moda que el museo parisino ha decidido hacer obras y que nosotros se las paguemos, porque mientras cierra para ampliar salas y futura venta de entradas, su colección viajará por el mundo recaudando allí donde vaya: tres millones de euros, para empezar, aporta el Reina Sofía a las obras del museo de París, y para ello, conviene vender muchos tickets también aquí, conviene que apenas puedan verse los cuadros entre la turba que atesta sus salas, aunque de instituciones públicas dedicadas a la cultura estemos hablando. Curiosamente en Madrid, son estas instituciones públicas las únicas que cobran por acceder a la cultura mientras que la mayoría de las galerías de arte, fundaciones e instituciones culturales privadas (incluida la ejemplar "Casa Encendida") ofrecen el acceso de modo gratuito. ¿Caerá algún político en la cuenta y propondrá el gratis total a la cultura en esta campaña electoral que más parece una subasta de quién ofrece más?
Hasta el 5 de mayo podremos "disfrutar" de las obras que el propio Picasso conservó con él hasta su muerte y que la familia donó después al estado francés en 1979 como parte del pago de impuestos de sucesión (el dinero, de nuevo) para que abrieran en 1985 el Museo Picasso de París que ahora se renueva, renovamos. La exposición está dividida en cuatro espacios cronológicos repartidos entre el antiguio edificio del Reina Sofía y la ampliación que diseñó el arquitecto francés Jean Nouvel. La fuerza de las pinturas se diluye entre tantos visitantes apiñados pero hay dibujos asombrosos, un "Autorretrato" de 1901 colgado junto a "La Celestina" (1904), la curiosidad de ver las últimas obras que hizo antes de su muerte, o el "Retrato de Olga en un sillón" de 1917 que por un momento casi me hacen olvidar a estas molestas guardianas empeñadas en que nos apartemos de los lugares señalizados para ver los cuadros -hay una línea o un cordón pero insisten machaconamente en que nos retiremos una baldosa más ¡¡¡¿?!!!- o en que a nadie se le ocurra hacer una fotografía -¿por qué no toma nota el Reina Sofía de lo que hace el Moma de Nueva York y tantos otros grandes museos en este sentido?, seguro que siguen vendiendo postalitas, pósteres y libros a precios desorbitados a la salida aunque la gente haga fotos con sus camaritas digitales o los teléfonos móviles-.
Una maravilla y yo quejándome, como siempre. Claro que también nos podrán argumentar que es mejor que el arte llegue a cuantos más, mejor; y nada podremos objetar a eso, salvo que pongamos en duda si el arte está llegando a alguien de esta manera. Anímense, todavía cabe alguno más allí, apretándonos un poco más... por favor... quiero salir...
Una maravilla y yo quejándome, como siempre. Claro que también nos podrán argumentar que es mejor que el arte llegue a cuantos más, mejor; y nada podremos objetar a eso, salvo que pongamos en duda si el arte está llegando a alguien de esta manera. Anímense, todavía cabe alguno más allí, apretándonos un poco más... por favor... quiero salir...
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