Después de una semana de ausencia dedicada a celebrar nuestro primer cumpleaños vuelve el comité de expertos de encajabaja con pocas pero renovadas energías para ofrecernos una nueva entrega del Diseñario. Ni los licores, la música enloquecida, las interminables orgías o el atracón de exquisitos manjares, entre otras actividades, les han desviado de su obstinada labor colectiva, irreverente y, os insistimos una vez más, abierta a vuestra participación.
Legibilidad. Palabra mágica que emplean algunos diseñadores y/o tipógrafos para justificar por qué eligen un tipo de letra en vez de otro, el que más les gusta, generalmente. En sentido estricto, legibilidad es la mayor o menor facilidad de un texto para ser leído. Y así se quiere aplicar también para un determinado tipo de letra, lo que ocasiona ya un problema porque un texto y un tipo de letra no son la misma cosa y existen discrepancias en cuanto a la legibilidad de los textos en razón a ser tan sólo "leídos", recitados en voz alta podríamos decir, o "comprendidos" que es algo bien distinto y que suele requerir una lectura más lenta... y atenta (se puede leer un tipo, ¿se puede comprender un tipo?). Y mencionamos lo de lenta porque ha sido una de las maneras, tal vez la más tosca, de intentar medir la legibilidad para después apoyarse en ella como si de un dato científico se tratara.
Es cierto que durante todo el siglo XX se han llevado a cabo experimentos con pretensiones científicas para intentar estudiar la legibilidad, la mayor parte de ellos tests de velocidad como ya decíamos, aunque también se ha registrado el movimiento ocular y se han realizado exámenes de comprensión, entre otros criterios. Y los resultados han sido... pues completamente distintos según el criterio que se eligiese (velocidad, movimiento ocular, etc.), lo que viene a confirmar que, hoy por hoy, no se puede medir tal supuesta cualidad de los tipos de letra, si es que la tienen. Y es que son tantos los factores que hacen que un texto sea más o menos legible. El ancho de las columnas, el blanco más o menos luminoso del papel, el espaciado y el tamaño de los caracteres... sobre esto último sí parece haber consenso y casi todos están de acuerdo en que unos carateres de tamaño medio se leen mejor que los más pequeños; de Perogrullo, vamos.
No existe apenas obra en castellano sobre la legibilidad (ni se han traducido que sepamos las pocas existentes), pero recopilando de unos y otros se pueden encontrar algunos elementos de los tipos de letra que ayudarían, hipotéticamente, a aumentar la legibilidad, como son: rasgos ascendentes y descendentes como puntos de anclaje para reconocer las palabras (por tanto, aumentarían la legibilidad); mayor altura de la x, o mayor ojo, también supondría mayor legibilidad (no hay consenso sobre esto); el contraste entre el grosor de los rasgos supone mayor legilidad para unos tipógrafos y menor para otros; el diseño de los remates pues otro tanto; e incluso las contraformas, el espacio en blanco del interior de los caracteres, aumentaría también la lebilidad si tienen un área grande. Entre todas estas opiniones, la del gran tipógrafo Eric Gill, sin embargo, nos parece de las más sensatas cuando afirma que es más legible aquello "a lo que uno está acostumbrado". De ser cierta esta afirmación, y muchos sospechamos que se al menos se aproxima bastante a la certeza, sería más legible un tipo gótico para un alemán acostumbrado a él desde niño que un tipo romano, algo que a nosotros nos puede parecer aberrante. Y que, además, daría al traste con tantos rediseños que cambian, por ejemplo, la "obsoleta" Times por nuevos tipos diseñados ahora, "mucho más legibles"; porque sin entrar en la polémica de cuál de esos dos tipos es más legible (algo que como hemos visto no resulta fácil de determinar) estaríamos cambiando el tipo de letra al que todos sus lectores están acostumbrados. Detrás de esta palabra mágica, pues, subyace todo lo racional de sus investigaciones junto a lo irracional del pensamiento subjetivo porque, ¿de verdad vemos todos igual un mismo tipo de letra?
Letra. Según el diccionario de la Real Academia, letra es cada uno de los signos gráficos que componen el alfabeto de un idioma. Pero a nosotros esa definición no nos gusta. Preferimos decir que letra es la más pequeña, la mínima de las partes que forman las palabras. Es el maná del lenguaje, la materia prima con la que configuramos un alfabeto y lo vamos desarrollando. Las letras son lo que hace posible que ahora mismo usted, querido lector, nos esté leyendo y no nos esté escuchando. Porque el lenguaje oral no es más que la transcripción fonética de esas unidades mínimas que forman las palabras, es decir, las letras.
Y como tal materia prima, constituye una fuente de riqueza y, a la vez, una fuente de problemas. Riqueza porque nos permite construir palabras, frases, párrafos, textos, historias y porque nos permite expresarnos libremente. Y problemas porque su falta de uso, su marginación, provoca todo lo contrario.
Y en otras ocasiones, las letras provocan pequeños quebraderos de cabeza a los redactores que el departamento de maquetación de cualquier periódico tiene que intentar arreglar. Que levante la mano al que no le hayan dicho nunca esta frase: ¿Me arreglas el título? Es que se me cae por una letrita. Ay! las letritas. Vamos que hay que "trampear" el título para que quepa en la caja, y todo para que la puñetera (amada por nosotros) letrita no se caiga y se haga daño.
Línea de base. Como su propio nombre indica, línea imaginaria en la que se apoya la base de las mayúsculas y también las letras en caja baja, sin contar el rasgo descendente, que precisamente va desde la línea de base hacia abajo. Su utilidad consiste en armonizar los blancos de una página, ya que con el conjunto de todas las líneas de base de una página, conocido como rejilla, conseguimos que las líneas de texto igualen a través de las distintas columnas. Esto que parece una perogrullada, no lo es tanto. Sólo a partir del auge de los programas modernos de maquetación (Quark a la cabeza) se contempla la posibilidad de ajuste del texto a la línea base. Antes esto no era así y era necesario controlar eso tan importante y olvidado que se llama interlínea. Todos los que habéis tenido que trabajar con los antiguos sistemas de composición recordaréis cómo se hacían los cálculos de blancos entre líneas en múltiplos de la línea base, para que las diferentes líneas de texto cuadraran unas con otras. Quark ha venido a simplificar el proceso, aunque si se trabaja sin tener en cuenta esa proporción de puntos suelen aparecer esos blancos extraños que se suman a las líneas, porque lo que estamos haciendo es imantar el texto a la siguiente línea base que le corresponde, pero los valores de interlínea se siguen respetando, por lo tanto, los blancos se abren.
La línea de base, o línea base a secas, es fundamental. Tanto es así, que en un diseño, es uno de los primeros detalles técnicos que se establece, sino el primero. De ella depende en gran medida la mancha del texto, y la interlínea que hay que respetar entre los cuerpos más grandes y más pequeños. Y metidos en harina, y esto va en serio, marca el final irrenunciable de las cajas de diseño. Porque, amigos, las cajas de texto o imagen deberían terminar en la siguiente línea de la línea base. Todas, sin excepción, aunque no os lo podáis creer. Por eso, cuando alguien deja una caja ahí, de cualquier manera, entre un salto de línea y otro, el asesinato empieza a parecer una idea justificable. Porque eso puede provocar decenas de contratiempos, desde que te entre una línea más de texto, a que el recorrido de la caja no funcione igual que en las demás o que una imagen quede desajustada. Así que, maquetas del mundo, ceñíos a la línea base, que entre otras muchas cosas, también sirve para eso.
Alejándonos del plano teórico, y centrándonos en las propiedades prácticas de la línea base, podríamos destacar su alto magnetismo, hasta tal punto que cuando se pasa del Mac al PC puede llegar a ser irresistible. Se ha llegado a ver a algún pobre maquetador aferrado con las dos manos al ratón mientras intentaba en vano y ayudándose con los dientes prendidos al borde de la mesa, hacer saltar el cursor de una línea a otra.
Y por otro lado, reseñemos su alta capacidad para pasar desapercibida. Sólo así se explica que profesionales que llevan decenas de años trabajando en el mismo medio sigan sin entender porqué su gráfico tiene que crecer en vertical de diez en diez puntos de cícero (eso si supieran lo que es un cícero, claro…) y no en proporciones más libres, que no se le pueden poner cotas tan miserables al talento gráfico desmedido.
Entregas anteriores del Diseñario:
Diseñario (I): aire-anuncio.
Diseñario (II): apoyo-artistas.
Diseñario (III): bandera-blancos.
Diseñario (IV): blog-caja.
Diseñario (V): cajista-cícero.
Diseñario (VI): cintillo-confeccionador.
Diseñario (VII): contorneo-despiece.
Diseñario (VIII): Didot-doble.
Diseñario (IX): Edicomp-encajabaja.
Diseñario (X): entradilla-estilo.
Diseñario (XI): familia-firma.
Diseñario (XII): folio-fotografía.
Diseñario (XIII): Franklin Gothic-fuente.
Diseñario (XIV): fusilar-Garamond.
Diseñario (XV): Gótica-grotesca.
Diseñario (XVI): Gutenberg-huérfana.
Diseñario (XVII): ilustración-información.
Diseñario (XVIII): interletraje-justificado.
Diseñario (XIX): kerning-lector.
Es cierto que durante todo el siglo XX se han llevado a cabo experimentos con pretensiones científicas para intentar estudiar la legibilidad, la mayor parte de ellos tests de velocidad como ya decíamos, aunque también se ha registrado el movimiento ocular y se han realizado exámenes de comprensión, entre otros criterios. Y los resultados han sido... pues completamente distintos según el criterio que se eligiese (velocidad, movimiento ocular, etc.), lo que viene a confirmar que, hoy por hoy, no se puede medir tal supuesta cualidad de los tipos de letra, si es que la tienen. Y es que son tantos los factores que hacen que un texto sea más o menos legible. El ancho de las columnas, el blanco más o menos luminoso del papel, el espaciado y el tamaño de los caracteres... sobre esto último sí parece haber consenso y casi todos están de acuerdo en que unos carateres de tamaño medio se leen mejor que los más pequeños; de Perogrullo, vamos.
No existe apenas obra en castellano sobre la legibilidad (ni se han traducido que sepamos las pocas existentes), pero recopilando de unos y otros se pueden encontrar algunos elementos de los tipos de letra que ayudarían, hipotéticamente, a aumentar la legibilidad, como son: rasgos ascendentes y descendentes como puntos de anclaje para reconocer las palabras (por tanto, aumentarían la legibilidad); mayor altura de la x, o mayor ojo, también supondría mayor legibilidad (no hay consenso sobre esto); el contraste entre el grosor de los rasgos supone mayor legilidad para unos tipógrafos y menor para otros; el diseño de los remates pues otro tanto; e incluso las contraformas, el espacio en blanco del interior de los caracteres, aumentaría también la lebilidad si tienen un área grande. Entre todas estas opiniones, la del gran tipógrafo Eric Gill, sin embargo, nos parece de las más sensatas cuando afirma que es más legible aquello "a lo que uno está acostumbrado". De ser cierta esta afirmación, y muchos sospechamos que se al menos se aproxima bastante a la certeza, sería más legible un tipo gótico para un alemán acostumbrado a él desde niño que un tipo romano, algo que a nosotros nos puede parecer aberrante. Y que, además, daría al traste con tantos rediseños que cambian, por ejemplo, la "obsoleta" Times por nuevos tipos diseñados ahora, "mucho más legibles"; porque sin entrar en la polémica de cuál de esos dos tipos es más legible (algo que como hemos visto no resulta fácil de determinar) estaríamos cambiando el tipo de letra al que todos sus lectores están acostumbrados. Detrás de esta palabra mágica, pues, subyace todo lo racional de sus investigaciones junto a lo irracional del pensamiento subjetivo porque, ¿de verdad vemos todos igual un mismo tipo de letra?
Letra. Según el diccionario de la Real Academia, letra es cada uno de los signos gráficos que componen el alfabeto de un idioma. Pero a nosotros esa definición no nos gusta. Preferimos decir que letra es la más pequeña, la mínima de las partes que forman las palabras. Es el maná del lenguaje, la materia prima con la que configuramos un alfabeto y lo vamos desarrollando. Las letras son lo que hace posible que ahora mismo usted, querido lector, nos esté leyendo y no nos esté escuchando. Porque el lenguaje oral no es más que la transcripción fonética de esas unidades mínimas que forman las palabras, es decir, las letras.
Y como tal materia prima, constituye una fuente de riqueza y, a la vez, una fuente de problemas. Riqueza porque nos permite construir palabras, frases, párrafos, textos, historias y porque nos permite expresarnos libremente. Y problemas porque su falta de uso, su marginación, provoca todo lo contrario.
Y en otras ocasiones, las letras provocan pequeños quebraderos de cabeza a los redactores que el departamento de maquetación de cualquier periódico tiene que intentar arreglar. Que levante la mano al que no le hayan dicho nunca esta frase: ¿Me arreglas el título? Es que se me cae por una letrita. Ay! las letritas. Vamos que hay que "trampear" el título para que quepa en la caja, y todo para que la puñetera (amada por nosotros) letrita no se caiga y se haga daño.
Línea de base. Como su propio nombre indica, línea imaginaria en la que se apoya la base de las mayúsculas y también las letras en caja baja, sin contar el rasgo descendente, que precisamente va desde la línea de base hacia abajo. Su utilidad consiste en armonizar los blancos de una página, ya que con el conjunto de todas las líneas de base de una página, conocido como rejilla, conseguimos que las líneas de texto igualen a través de las distintas columnas. Esto que parece una perogrullada, no lo es tanto. Sólo a partir del auge de los programas modernos de maquetación (Quark a la cabeza) se contempla la posibilidad de ajuste del texto a la línea base. Antes esto no era así y era necesario controlar eso tan importante y olvidado que se llama interlínea. Todos los que habéis tenido que trabajar con los antiguos sistemas de composición recordaréis cómo se hacían los cálculos de blancos entre líneas en múltiplos de la línea base, para que las diferentes líneas de texto cuadraran unas con otras. Quark ha venido a simplificar el proceso, aunque si se trabaja sin tener en cuenta esa proporción de puntos suelen aparecer esos blancos extraños que se suman a las líneas, porque lo que estamos haciendo es imantar el texto a la siguiente línea base que le corresponde, pero los valores de interlínea se siguen respetando, por lo tanto, los blancos se abren.
La línea de base, o línea base a secas, es fundamental. Tanto es así, que en un diseño, es uno de los primeros detalles técnicos que se establece, sino el primero. De ella depende en gran medida la mancha del texto, y la interlínea que hay que respetar entre los cuerpos más grandes y más pequeños. Y metidos en harina, y esto va en serio, marca el final irrenunciable de las cajas de diseño. Porque, amigos, las cajas de texto o imagen deberían terminar en la siguiente línea de la línea base. Todas, sin excepción, aunque no os lo podáis creer. Por eso, cuando alguien deja una caja ahí, de cualquier manera, entre un salto de línea y otro, el asesinato empieza a parecer una idea justificable. Porque eso puede provocar decenas de contratiempos, desde que te entre una línea más de texto, a que el recorrido de la caja no funcione igual que en las demás o que una imagen quede desajustada. Así que, maquetas del mundo, ceñíos a la línea base, que entre otras muchas cosas, también sirve para eso.
Alejándonos del plano teórico, y centrándonos en las propiedades prácticas de la línea base, podríamos destacar su alto magnetismo, hasta tal punto que cuando se pasa del Mac al PC puede llegar a ser irresistible. Se ha llegado a ver a algún pobre maquetador aferrado con las dos manos al ratón mientras intentaba en vano y ayudándose con los dientes prendidos al borde de la mesa, hacer saltar el cursor de una línea a otra.
Y por otro lado, reseñemos su alta capacidad para pasar desapercibida. Sólo así se explica que profesionales que llevan decenas de años trabajando en el mismo medio sigan sin entender porqué su gráfico tiene que crecer en vertical de diez en diez puntos de cícero (eso si supieran lo que es un cícero, claro…) y no en proporciones más libres, que no se le pueden poner cotas tan miserables al talento gráfico desmedido.
Entregas anteriores del Diseñario:
Diseñario (I): aire-anuncio.
Diseñario (II): apoyo-artistas.
Diseñario (III): bandera-blancos.
Diseñario (IV): blog-caja.
Diseñario (V): cajista-cícero.
Diseñario (VI): cintillo-confeccionador.
Diseñario (VII): contorneo-despiece.
Diseñario (VIII): Didot-doble.
Diseñario (IX): Edicomp-encajabaja.
Diseñario (X): entradilla-estilo.
Diseñario (XI): familia-firma.
Diseñario (XII): folio-fotografía.
Diseñario (XIII): Franklin Gothic-fuente.
Diseñario (XIV): fusilar-Garamond.
Diseñario (XV): Gótica-grotesca.
Diseñario (XVI): Gutenberg-huérfana.
Diseñario (XVII): ilustración-información.
Diseñario (XVIII): interletraje-justificado.
Diseñario (XIX): kerning-lector.
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